miércoles, 18 de octubre de 2017

III RUTA MOTORISTA N-III HISTÓRICA 2017. ASÍ LO HICIMOS



Un reportaje de Route 1963
(Ilustraciones procedentes del libro conmemorativo) 


 III RUTA MOTORISTA N-III HISTÓRICA
VALENCIA-MADRID
24-25 de junio 2017

ASÍ LO HICIMOS


          Originalmente prevista para una sola jornada, como es tradicional (en este caso la del 24 de junio de 2017), la III RUTA MOTORISTA N-III HISTÓRICA VALENCIA-MADRID hubo de llevarse a cabo en dos jornadas (24 y 25 de junio de 2017), por circunstancias que se referirán más adelante. Cuando se tomó esta decisión, tanto los anagramas o logotipos, como las camisetas conmemorativas, ya habían sido diseñados y fabricados, y por lo tanto no fue posible rectificar la fecha. Únicamente pudieron consignarse las fechas correctas en las placas metálicas que incorporan los hitos kilométricos a escala conmemorativos, puesto que fueron encargadas con posterioridad. Por falta de tiempo y presupuesto no pudieron encargarse pegatinas para entregar a los participantes durante la Ruta, pero fueron enviadas con posterioridad junto al libro conmemorativo que se editó para la ocasión, e igualmente reflejan las fechas del 24 y 25 de junio.  Detalles estos de importancia menor, en todo caso, pero que se hacía necesario mencionar.

           Los preparativos de esta III Edición de la Ruta comenzaron muchos meses antes, en noviembre de 2016, con la creación de un nuevo grupo de Whatsapp desde donde canalizar toda la información y comunicaciones entre los futuros participantes. También se crearía una página de Facebook y una página específica en el blog N-III. UNA RUTA HISTÓRICA, con un reloj de cuenta atrás hacia la fecha del evento. Algún tiempo  después  se  establecería  la  fecha  oficial  del 24 de junio de 2017 y comenzarían los trabajos de diseño gráfico de los logotipos o anagramas que llevarían impresos las camisetas, y la fabricación de los hitos kilométricos a escala conmemorativos, una laboriosa tarea artesanal esta última, que se desarrollaría entre febrero y junio.    

           A lo largo de estos meses, mientras el reloj de cuenta atrás corría vertiginosamente hacia la fecha de partida de la Ruta, fueron surgiendo diversos contratiempos: participantes que no podían asegurar su asistencia con antelación, participantes que finalmente se autodescartaban debido a problemas familiares, laborales o de salud, imposibilidad de encontrar alojamiento hotelero en Madrid para la noche del 24 de junio... El panorama se complicaba tanto, que parecía que la única salida razonable era la de cancelar definitivamente el evento o, como mal menor, posponerlo a fechas más favorables. Pero, por diferentes motivos, tampoco esto era posible. Había que improvisar soluciones y adaptarse a los nuevos acontecimientos para realizar la Ruta (o al menos una parte de ella) en la jornada prevista.

           Por circunstancias  que no vienen al caso, no quedaba una sola plaza hotelera libre en Madrid capital ese fin de semana, ni en un radio de cien kilómetros. Pero sí las había, y a precios de hacía veinte años, en un radio de doscientos kilómetros (y a 150 de Valencia), en Motilla del Palancar (Cuenca), en plena y primitiva travesía de la N-III. Habitaciones individuales a 35 € la noche (50 € la doble) con desayuno y parking cubierto para las motos incluidos, eran razones más que poderosas para plantearse una III Edición de la Ruta en dos jornadas consecutivas, pernoctando en el Hotel del Sol de Motilla, un clásico intemporal de esta carretera.     Hubo unanimidad absoluta en esta cuestión, y fue la decisión más acertada que pudimos tomar. Reservamos todas las habitaciones necesarias, y a partir de ese momento la suerte se puso de nuestro lado.

    

sábado, 30 de septiembre de 2017

LOS HITOS KILOMÉTRICOS DE LA N-III




Antes jalonaban nuestras carreteras. Se veían a diario como un elemento habitual más del paisaje junto a ellas, iban pasando uno a uno, y probablemente muy poca gente reparaba o se fijaba en ellos sobre la marcha del viaje. Sin embargo, hoy apenas se conservan un puñado de ellos, muchas veces abandonados y desatendidos. Y aun con todo, la mayoría de las personas siguen sin reparar en su existencia, o incluso menos que antes, puesto que muchos ya quizás no los conozcan como los conocieron generaciones pasadas de españoles que se hacían a la carretera.

Hablamos de los antiguos hitos kilométricos de piedra u hormigón, aquellos que en otro tiempo abundaban en todas las carreteras de España, y de comunes que eran, seguramente pasarían absolutamente desapercibidos en la época, como hoy podrían hacerlo los modernos y pequeños hitos metálicos. Su cometido era meramente funcional: el de indicar una determinada distancia y puntos kilométricos a lo largo de toda la carretera. Sin embargo hoy, al ser un elemento ya poco común y que muestra una parte de la historia de las carreteras de España, quizá podrían ser elevados a la categoría de pequeño elemento patrimonial de la carretera digno de ser reconocido y conservado por las autoridades, cosa que por desgracia queda muy lejos de la realidad vigente, dada la «afición» de algunos órganos de gobierno de retirarlos lenta o masivamente en las carreteras de su competencia.

La N-III, la carretera objeto de este blog, no era una excepción, desde luego, y a lo largo de sus aproximadamente 350 km se podían ver igualmente, uno a cada kilómetro. Hoy, por el contrario, debido a la masiva retirada de estos que se produjo a partir de los años 80 y del posterior desdoblamiento de la mayor parte de la nacional en autovía, apenas queda una pequeña parte de todos los que hubo. La finalidad de este artículo es mostrar todos los que han logrado llegar hasta nuestros días, en mejor o peor estado de conservación, y en su lugar original o desplazado de él.

miércoles, 23 de agosto de 2017

TRAMO PRIMITIVO DE LA N-III EN VENTAQUEMADA-SIETE AGUAS





De la mano del audaz explorador de tramos abandonados de la antigua carretera de Madrid a Valencia, José Manuel González Badiola, presentamos ahora este nuevo vestigio del trazado primitivo de esta ruta, justo un año después de la divulgación pública de su mayor proeza, el recorrido en moto de campo y grabación en video del tramo casi inaccesible e inexpugnable de la CUESTA DE LA MARQUESA, cerrado para siempre al tráfico en torno a los años cincuenta del pasado siglo, del que nos hicimos amplio eco en el blog y en las redes sociales (ver enlace).


En esta ocasión, a bordo de su furgoneta, nuestro protagonista y eventual colaborador nos ofrece este video grabado el pasado mes de marzo, en el que se muestra un recorrido de unos 300 metros a través de lo que parece ser un vestigio del primitivo trazado de la carretera. Existen algunas posibles evidencias de su autenticidad, pero al mismo tiempo existe al menos un indicio que hace dudar de ella. En cuanto a las primeras, una atenta observación aérea de los mapas de Google Street View nos permite establecer una relación de continuidad lineal entre este tramo y el que discurre al otro lado de la autovía A-3, cuya autencidad no admite ninguna duda después de haberlo recorrido virtualmente con la aplicación mencionada. Por otra parte, sobrevive en el tramo un elemento que parece propio de los tiempos del CNFE, y son esos bancos de obra que tal vez hubieran podido formar parte de una zona de descanso típica de aquella época.  Pero sólo es una hipótesis no demasiado fundamentada, y a falta de otros elementos característicos del pasado de la carretera, como pudiera ser el firme de adoquines o de riego asfáltico, los bordillos del encintado de la calzada, o restos de pintura de la señalización horizontal, aquí concluyen todas las evidencias de la autenticidad del tramo. Porque, paradójicamente, el único elemento patrimonial que se conserva, ese erosionado hito del Plan Peña que se muestra al final del video (y que por su acusado desgaste indica una notable antigüedad, que podríamos datar en los inicios de la Instrucción de Carreteras, hacia 1940), lejos de corroborar que el tramo en cuestión perteneció al primitivo trazado de la carretera, lo desmiente.

sábado, 22 de julio de 2017

AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO. (1 de agosto de 1936). 44ª Entrega




Un relato de Route 1963





Juan se detuvo entonces, y se volvió lentamente hacia mí. Ahora que había recuperado la visión correcta y podía verle con nitidez, pensé que me encontraría su rostro desencajado de terror al descubrir que le estaba apuntando con la pistola. Incluso imaginé que levantaría los brazos, o que se echaría al suelo suplicando clemencia. Tal vez era lo que cabía suponer en esta situación. Pero los hechos no se desarrollaron como yo esperaba.


-No sé ahora mismo qué es lo que más me apetece -me dijo con una mueca fría y neutral-, si acercarme y partirte la cara, o bien seguir mi camino como si no existieras. Aunque, desde luego, te mereces las dos cosas, una detrás de otra.


Empuñé con fuerza la pistola y la agité en la mano como si quisiera hacer más evidente mi amenaza. Era pesada, dura y tosca como una piedra.
  

-¡No te muevas! -le grité.


-Eres un ignorante, Mariano. ¿Qué es lo que crees que vas a hacer con esa pistola?


-Pegarte un tiro, si te marchas. Y luego pegármelo yo. Y aquí terminará nuestro viaje.

martes, 11 de julio de 2017

AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO. (1 de agosto de 1936). 43ª Entrega







Un relato de Route 1963





Aquellas muletas desvencijadas que me había traido mi hermano con su mejor voluntad, parecían adecuadas para cualquier cometido que no fuese el de ayudar a caminar a un cojo. Eran viejísimas, y su madera nudosa y reseca estaba astillada precísamente en el lugar en donde había que colocar las manos para servirse de ellas. En ambas muletas la apoyatura superior que soportaba las axilas carecía de mullido, conservando solo unos jirones claveteados de cuero renegrido sobre la madera desnuda. Y además, como consecuencia de los desgastes del uso, una de las muletas era ligeramente más corta que la otra. Sin embargo, salvo que pretendiera seguir arrastrándome por el suelo para salir de allí, no me quedaba más remedio que adiestrarme en su manejo, y no era fácil para un cojo sobrevenido y novato como yo. Juan supervisaba mis torpes movimientos con aquellos apéndices de madera fosilizada y me iba haciendo recomendaciones prácticas mientras yo trataba de conservar el equilibrio y avanzar unos metros:

-Tienes que impulsarte muy despacio sobre el pie de apoyo y mirar con antelación en donde vas a pisar con las muletas cada vez. Sí, ya sé que es difícil y este no es el sitio más adecuado para aprender, pero debes intentarlo.

Desde luego que no lo era. La superficie irregular y sinuosa del terreno no ofrecía la menor seguridad para desplazarse con estos artilugios ancestrales. Estábamos en mitad del campo, un lugar no demasiado frecuentado por los cojos, y por algo sería. Los esforzados cojos que se habrían servido con anterioridad de estas muletas eran cojos de otro siglo, y yo me los imaginaba caminando con ellas siempre por superficies lisas y estables, como las cubiertas de los barcos que les devolvían lisiados a España desde las colonias de ultramar en guerra con la metrópoli, o sobre las losas de los patios de los cuarteles o de los hospitales, o en el peor de los casos sobre el pavimento adoquinado de las calles, pero nunca a través de campos y bosques, y mucho menos descalzos, porque yo además iba descalzo, después de perder la única alpargata que podía calzarme, y que con la precipitación del momento ni siquiera se nos ocurrió buscar.

Tal vez fue por ello que Juan se compadeció de mí, viéndome sobre todo incapaz de avanzar dos pasos seguidos con las muletas y siempre en riesgo de volver a caerme.

-Veo que voy a tener que llevarte a hombros hasta el camino.

martes, 27 de junio de 2017

AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO. (1 de agosto de 1936). 42ª Entrega




Un relato de Route 1963



Más allá de que me encontraba tumbado boca arriba sobre la arena caliente como un náufrago venturosamente devuelto a tierra por el mar, no podía albergar ninguna otra certeza en aquel momento. En mi precipitada huida había perdido la única alpargata que conservaba, y las vendas que me cubrían el pie magullado estaban deshechas en largos jirones de tejido imposibles de recomponer. Tenía los codos desollados y doloridos después de arrastrarme por el suelo, la ropa y el cabello rebozados en polvo, la boca ardiente y pastosa como si hubiera masticado barro, pero seguía vivo una vez más, aunque ya no supiera para qué. Ni siquiera intenté moverme para tratar de volver al auto, lo que indudablemente habría resultado peligroso, pero tampoco para otear el camino a la espera de la llegada de mi hermano, en el mejor de los casos, o de la Guardia Civil, en el peor de ellos.

Me envolvía un silencio denso e implacable mientras permanecía   tumbado en aquella hondonada natural del terreno, que ofrecía cierta semejanza con una trinchera de guerra, y no habría encontrado demasiadas dificultades para abandonarme otra vez al sueño recientemente interrumpido, de no ser porque comprendí que dormirme era la decisión más equivocada que podía tomar si pretendía seguir con vida. En realidad, sólo podía hacer una cosa sensata: esperar con resignación el siguiente episodio que el destino me tuviese reservado. Y mientras esperaba, perdí toda noción del tiempo. No sé si transcurrieron minutos, o transcurrieron horas, hasta que volví a escuchar el motor de la Brough Superior que se acercaba por el camino. Podía reconocer su sonido a cientos de metros de distancia, y todavía hoy, setenta años después, puedo recordarlo perfectamente. Además, el ansioso batir de pistones me indicaba que era mi hermano quien iba a los mandos, pues sólo él podía hacer sonar la moto de esa manera tan característica. No pude reprimir un grito de alegría mientras me preparaba para abandonar mi escondrijo, y traté de hacerlo con la mayor presteza posible, sabiendo que Juan se asustaría al llegar junto al auto y no encontrarme en su interior. Al menos pretendí evitarle el sobresalto, pero no lo conseguí, porque él fue mucho más rápido y se presentó en la arboleda antes de que yo tuviera la oportunidad de salir a su encuentro. Mientras reptaba por el borde del parapeto, tuve ocasión de ver su semblante angustiado cuando se asomó a las ventanillas del Citroën y lo halló vacío. Entonces le di una voz:


-¡Juan, Juan, estoy aquí!  


         Pero mi hermano, por toda respuesta, se agitó bruscamente y empuñó la pistola mientras movía la cabeza en todas direcciones tratando de encontrar un enemigo imaginario escondido entre los árboles.

         -¡Soy yo, Juan, soy yo, no dispares! -volví a gritarle.

viernes, 9 de junio de 2017

AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO. (1 de agosto de 1936). 41ª Entrega






Un relato de Route 1963

 
 
 
Me revolví inquieto en el asiento trasero del Citroën. Para calmar la ansiedad lié un cigarrillo y estuve fumando pausadamente, intentando imaginar un desenlace muy complaciente de nuestra epopeya: Juan regresaba al cabo de una hora, nos montábamos en la moto (aunque en mis condiciones físicas me costaba creer que esto volviera a ser posible), reanudábamos viaje y llegábamos a Valencia sin más contratiempos con la última luz del día. Amparo Signes, hermosa y elegante dama, nos recibía con los brazos abiertos, nos preparaba un baño caliente y nos agasajaba con una suculenta cena que habría de saciar por fin nuestros atormentados estómagos. Mi hermano ya dormía con ella esa primera noche, esto por descontado, en tanto que a mí me había preparado una confortable cama en otra habitación de la casa, en donde caería enseguida rendido a un sueño profundo y liberador hasta bien entrada la mañana siguiente. Mientras el país continuaba desangrándose por los cuatro puntos cardinales, el 2 de agosto de 1936 nosotros comenzábamos una nueva vida, a salvo de cualquier amenaza, en aquella ciudad en donde nadie nos conocía.

sábado, 27 de mayo de 2017

AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO. (1 de agosto de 1936). 40ª Entrega





Un relato de Route 1963

 
 
El médico suspiró profundamente y volvió a pasarse los puños de la camisa por la frente para secarse el sudor. Después apoyó el codo derecho en el techo del coche y se quedó inmóvil mirando al horizonte, allí en donde se perdía aquella larga recta de la carretera.

-¿Se le ocurre algo que podamos hacer al respecto? -preguntó.

-Se me ocurren varias cosas. En primer lugar, por seguridad, habrá que apartar el vehículo de la carretera y dejarlo en un lugar más discreto. Por ejemplo, en aquellos árboles. Después le llevaré en la moto hasta Minglanilla para que atienda a esa anciana y consiga una grúa para remolcar el auto. Entretanto mi hermano se quedará aquí, en el propio auto, hasta que regresemos.

A pocos metros de donde nos encontrábamos partía un camino de tierra en suave descenso que dejaba a su orilla izquierda una espesa arboleda en donde sería posible ocultar el auto a salvo de miradas indiscretas. El hecho de tener que quedarme esperando en su interior por un espacio de tiempo que seguramente sería prolongado me producía bastante preocupación, no voy a negarlo, pero dado mi estado físico no estaba en condiciones de plantear ninguna exigencia.

-Sólo tendremos que empujar el auto hasta el camino -prosiguió Juan- y luego nos dejaremos caer cuesta abajo hasta esos árboles. 

El médico asintió. Tampoco tenía mejores alternativas que las que le proponía mi hermano.

viernes, 19 de mayo de 2017

AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO. (1 de agosto de 1936). 39ª Entrega




Un relato de Route 1963






Me tumbé sobre el asiento trasero corrido del vehículo. Como rememoraría con frecuencia mi hermano años después, siempre que hablábamos de nuestra odisea, aquel auto del médico rural con matrícula de Cuenca era un Citroën Type B-12 de 1926. No tenía suficiente anchura como para albergar mi cuerpo estirado completamente sobre su asiento, de modo que mis pies desnudos asomaron al exterior por la puerta abierta que daba a la carretera. Seguramente era esto lo que pretendía el médico para realizar sus exploraciones con mayor comodidad, y enseguida sentí cómo sus dedos me palpaban delicadamente el empeine de ambos pies y luego sus manos torsionaban mis tobillos, primero el izquierdo y luego el derecho, que me provocó un terrible alarido de dolor.


-No le martirizaré más -dijo el doctor compasivamente-. Es innecesario. No aprecio fractura, sólo un fuerte traumatismo, probablemente con resultado de esguince.


-Me caí por unas escaleras -mentí, como si con esta falsa explicación pretendiera ayudarle a emitir un diagnóstico más certero-, y me hice mucho daño.


-No iba a preguntarle cómo se ha lesionado, no me interesa -dijo el médico con estremecedora frialdad-. Tampoco me interesa saber adónde van con este calor y en tan penosas condiciones montados en ese motociclo que se supone requisado, incautado, intervenido o como mejor nos convenga denominarlo. En estas dos semanas desde que comenzó la guerra no hago más que ver calamidades por todas partes, pero nunca hago preguntas. Me limito a realizar mi trabajo lo mejor que sé, y lo mejor que puedo. Voy a vendarle el pie para inmovilizárselo. Deberá guardar veinte días de absoluto reposo desde este preciso momento. Pasado ese tiempo tendrá que acudir a un traumatólogo.

sábado, 13 de mayo de 2017

AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO. (1 de agosto de 1936). 38ª Entrega




Un relato de Route 1963



Aquella carretera comarcal no llevaba directamente a Valencia, como bien habíamos supuesto, siendo lo más probable que desembocase en la carretera general, o carretera radial de primer orden de Madrid a Castellón por Valencia, pues tal era su enrevesada denominación en la época. Pero ni siquiera podíamos estar seguros de esto, y como en aquel tiempo la señalización y los carteles indicadores solían ser más bien escasos en las carreteras, como vengo diciendo, corríamos el riesgo cierto de saltarnos algún desvío estratégico y volver a perder el rumbo correcto para seguir vagando decenas y decenas de kilómetros por carreteras comarcales o caminos terciarios que, llegado el caso, no sabríamos adónde habrían de llevarnos.

Pero mientras esperábamos ansiosos la confirmación definitiva de que marchábamos en buena dirección, o por el contrario nos sorprendía el sobresalto de sabernos nuevamente extraviados, cruzamos muy despacio las travesías de varios pueblos sin vida calcinados por el sol de tarde. No vimos un alma por sus calles. Por eso no hicimos siquiera intención de detenernos en ninguno de ellos a intentar una comida, porque casi con toda seguridad no hubiéramos encontrado ni un mísero mendrugo de pan que llevarnos a la boca. Todo lo más, nos habríamos tropezado con nuevos problemas. Y es que, por mucho que quisiéramos engañarnos haciendo valer nuestra verdadera condición, a los ojos del prójimo no éramos más que un par de forasteros fugitivos y burgueses que huían en una moto británica, capricho de ricos y de fascistas, y esta era nuestra insuperable tragedia en aquella España del treinta seis, la patria maldita de Caín.