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viernes, 31 de mayo de 2019

LAS OBRAS DE CARRETERAS EN LA DÉCADA DE LOS 40. El caso de la N-III en la provincia de Madrid


Un artículo de Tarik Bermejo

Tras el largo periodo de paralización impuesto por las bombas, los años 40 se iniciaban con una gran serie de proyectos de carreteras que, sin abarcar la totalidad de la red, venían a paliar los estrangulamientos existentes en los que no había actuado anteriormente el CNFE, ya que éste se dedicó casi en un 90% de su actividad a la mejora de los pavimentos.

La rectificación de trazados, junto a la supresión de travesías, fue la tónica habitual de dicha década, alcanzando la mayoría de edad en la siguiente, con la puesta en marcha del Plan de Modernización.

Dentro de estas obras de rectificación llevadas a cabo en los 40 queremos señalar varios ejemplos en la provincia de Madrid, que supusieron un gran alivio para el tráfico y que estuvieron (o están) en servicio durante muchos años, y que fueron ejecutados casi simultáneamente. Nos referimos a los siguientes tramos:

  • Mejora de la N-I en El Molar.
  • Variante de trazado para la mejora de la Cuesta de la Reina, en la N-IV.
  • Mejora de la carretera de Valencia en las proximidades de Arganda del Rey (ppkk 29-31 de la N-III).
  • Variante de trazado y supresión de la travesía de Perales de Tajuña (ppkk 36-39 de la N-III).

Nos centraremos en estos dos últimos, y en posteriores artículos abordaremos la mejora de los otros dos.

La N-III tiene la particularidad de contar con un gran número de tramos en los que la carretera se pliega sobre sí misma, llamándose retroceso, o como se le conoce popularmente, zigzag u horquilla, a esta singular solución de vueltas y revueltas para salvar terrenos ondulados o montañosos en los que no se permite la alineación recta por la rampa a superar. En la memoria de muchos automovilistas y de aficionados a carreteras quedan las cuestas de Fuentidueña de Tajo, Belinchón, Valverde de Júcar o las míticas de Contreras, ejemplos todos ellos de trazados resueltos con horquillas. Menos conocidas son las de Arganda del Rey y la de Perales de Tajuña, trazado éste identificado únicamente por la variante de población, olvidando totalmente la rectificación que se realizó a partir del kilómetro 36 para paliar las deficiencias de la pendiente existente hasta llegar a dicha población.


La variante de trazado en las proximidades de Arganda del Rey


La N-III al sur de Arganda del Rey se caracteriza por poseer un trazado en rampa prolongada durante varios kilómetros, que exigió la construcción de un carril adicional para aumentar su capacidad y dar un adecuado nivel de servicio, ya que existía un fuerte tráfico de vehículos pesados con origen y destino las canteras de calizas y áridos en localidades vecinas que usaban la nacional para hacer llegar los materiales a las obras de Madrid y su Alfoz. Pero antes de la construcción de dicho carril llegó la mejora de las horquillas de Arganda, a mediados de los años 40. Para ello se construyó un nuevo trazado por la ladera opuesta, aproximadamente de unos 3 kilómetros de longitud, que evitaba las curvas de pequeño radio y suavizaba la rampa. Dicha variante aún se encuentra en servicio y forma parte de la actual carretera, si bien el tráfico que circula por la zona ya se reduce a tráficos locales de pequeño volumen puesto que la autovía ha captado el resto. Hay que hacer notar, tal y como se aprecia en las imágenes siguientes, que dicho tramo contó con un adoquinado en la parte más cercana a Arganda y con riego superficial en el resto, además de otros elementos como encintado, peraltado de curvas, sobreancho, etc., propios de las obras del Circuito.

lunes, 31 de diciembre de 2018

LA CARRETERA MADRID-VALENCIA EN LOS VUELOS AMERICANOS (1945-1946 y 1956-1957). 2ª parte: Arganda del Rey-Fuentidueña de Tajo



Retomamos la serie de artículos que comenzamos con la primera entrega en abril de 2016 (enlace superior), en la que recorremos la N-III de manera lineal a través de las antiguas ortofotografías obtenidas en los denominados «vuelos americanos». Dichos vuelos militares de reconocimiento fueron realizados por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos en los años 40 y 50, y permitieron posteriormente la creación de la primera cartografía aérea y completa de España, que constituye hoy en día una interesante herramienta para observar la evolución de nuestras carreteras y de nuestro territorio.

En aquella primera entrega realizamos una introducción donde explicamos el origen de estos vuelos y comenzamos el viaje desde Vallecas hasta llegar a Arganda del Rey (Madrid).

Como en la primera parte, todas las ortofotos han sido obtenidas de la Fototeca del CNIG. Salvo indicación contraria, para cada lugar mostrado, siempre se pondrá en primer lugar la imagen correspondiente al vuelo de la serie A (ortofotos de 1945-46), y después la del vuelo de la serie B (ortofotos de 1956-57).

Retomando el viaje a través de la N-III, tras abandonar Arganda del Rey, pero sin salir de su término municipal, el primer punto interesante con el que nos topamos se ubica alrededor del pk 30. Es un pequeño tramo que consiste en dos horquillas cerradas por las que discurría la nacional, y que ya en los primeros años 40 fueron sustituidas por una variante que permitió un paso más cómodo y seguro.



Representación de las dos horquillas del pk 30 en el mapa topográfico del IGN a escala 1:50 000 de 1929, hoja 0583. Fuente: Centro de descargas del CNIG

Después de unos kilómetros alcanzamos Perales de Tajuña (Madrid) (pk 38), tras descender por las célebres cuestas del mismo nombre. En las siguientes imágenes se observa que ya se evita el paso por la localidad a través de una variante, realizada seguramente a la par que la variante de las horquillas anterior, también sobre los primeros años 40.

domingo, 24 de marzo de 2013

DOMINGO EN LA CARRETERA. Antigua N-III. (1ª Parte). Perales de Tajuña, Montalbo, Villares del Saz.

(Publicado originalmente el 22 de mayo de 2012 en el blog EN LA CARRETERA)


Todo lo que existe, a veces, no es más que una carretera que lleva hasta algún sitio, abierta como una herida necesaria en la faz del paisaje por el bisturí preciso de la ingeniería, por la fe inconmovible del hombre en las comunicaciones, por la necesidad civilizada de unir ciudades con ciudades, culturas con culturas, hombres con hombres, según los cánones modernos -y no tan modernos- del progreso. Donde se acaban las casas, las calles, las avenidas y las industrias, sólo existe el campo y las carreteras que lo surcan para que podamos escaparnos y huir, siempre hacia otro sitio. 

Pero no siempre se trata de una huida o de una escapatoria inconsciente y hasta frenética, sino de la búsqueda deliberada de una revelación mágica, de un hallazgo presentido, de una rememoración intencionada que nos reconcilie con nosotros mismos y con nuestro pasado, con lo que fuimos, con lo que somos, y con lo que aspiramos a ser. Y para estos propósitos una antigua carretera que fue, y que ya no es, representa mejor que cualquier otro ámbito ese espacio preciso en donde poder encontrar todas esas revelaciones, hallazgos y rememoraciones que andamos buscando. Y no sólo eso. Más allá de las propias certezas autobiográficas que podamos encontrar en una carretera caída en el desuso y en el olvido, también podemos encontrar en ella los pasos perdidos y las señas de identidad de otros que nos precedieron y a quienes ni siquiera llegamos a conocer.

En realidad hace ya bastante tiempo, por lo menos tantos meses como los que llevamos trabajando en el documental Antigua N-III, una ruta histórica, que he tomado íntimo contacto con esos sentimientos y con esas sensaciones, que unas veces me han salido al paso fortuitamente sin que yo las esperase, y que otras veces he salido yo deliberadamente a buscarlas sabiendo que habría de encontrarlas sin demasiado esfuerzo. Una vez conocido el mecanismo de activación de las emociones que suscita una vieja carretera, el procedimiento para desatarlas es tan sencillo como zambullirse en ella y dejar que sea ella, la vieja carretera, la que nos descubra sus secretos.

  
Con esta idea y con el propósito fundamental de seguir recopilando material videográfico para el documental, el pasado domingo 20 de mayo de 2012 me puse en camino, esta vez en solitario, aprovechando mi tradicional viaje primaveral de vacaciones a la costa alicantina. El plan era extraordinariamente ambicioso, pues tenía el firme propósito no sólo de recorrer, grabar y fotografiar la mayoría de los tramos, abandonados o no, que quedaban pendientes en las provincias de Valencia y Cuenca, así como las travesías urbanas que la autovía ha dejado de lado tiempo atrás, sino también, al márgen del documental y para futuros proyectos, efectuar asimismo grabaciones y fotografías en la N-332 entre Valencia y el límite con la provincia de Alicante. Tan ambicioso plan de viaje iba a suponer inevitablemente muchas horas en la carretera, muchas paradas, subir y bajar de la moto infinidad de veces, avanzar y retroceder constantemente por el antiguo trazado, pues tenía la intención de grabar los tramos en ambos sentidos, Madrid-Valencia, Valencia-Madrid, y esto no sólo para poder disponer de material extra, sino que técnicamente no me quedaba otra alternativa si quería grabar video y obtener fotografías al mismo tiempo. 


Después de siete horas ininterrumpidas en la carretera, sin comer, ni beber, ni orinar apenas, con un tiempo húmedo y desapacible, acompañado de terribles ráfagas de viento, cumplí todos mis objetivos, y esta es la primera parte del breve resúmen de los resultados. Alrededor de un centenar de fotografías y 90 minutos de video únicamente frustrados al final, ya en la N-332 y casi llegando a destino, al agotarse completamente la batería de la videocámara. 


El primer objetivo de la expedición fue la variante de Perales de Tajuña, ya por tercera vez. La primera falló la videocámara y no se grabó el recorrido, y en la segunda llovía ligeramente y el objetivo de la cámara se llenó de pequeñas gotas de agua. Y aunque el tiempo amenazaba lluvia de nuevo, a la tercera fue la vencida. 



Este hito kilométrico a las afueras de Perales de Tajuña probablemente perteneció en tiempos a la N-III, pero en la actualidad ha sido reconvertido para la local M-317.


El tiempo era desapacible y lluvioso en la provincia de Madrid, pero los pronósticos indicaban que mejoraba hacia el Este, como así fue. De nuevo en la autovía, quedaban unos 70 kilómetros hasta Montalbo, siguiente objetivo histórico del recorrido en el día de hoy. Un tramo abandonado a la entrada y la propia travesía del pueblo, con vestigios de bares de carretera y talleres cerrados para siempre, entre otras cosas dignas de verse, eran sus mejores alicientes. Una patrulla de la Guardia Civil estaba apostada precisamente junto al acceso al tramo abandonado cuando llegué, con lo cual decidí pasar de largo para evitarme complicaciones y me detuve a la entrada de Montalbo. Al cabo de unos diez minutos se retiraron y entonces di media vuelta y me fui para allá. 



El tramo en cuestión, de aproximadamente un kilómetro de longitud, viene a morir a los pies de la autovía, una característica habitual en casi todos los tramos abandonados que antaño formaron parte de la antigua N-III. 


Una vetusta fonda de carretera que servía al mismo tiempo de parada oficial de la línea regular de autobuses Madrid-Valencia-Madrid, cubierta por la empresa Auto Res, como puede comprobarse en el rótulo que aún se conserva sobre la fachada. Todo está en fiel consonancia con otros tiempos, tal vez los años 70 o antes, tanto las puertas, como el toldo y el rótulo rústico, con ese solitario tenedor dibujado que no sabemos si hace referencia a la categoría del establecimiento o es sólo un pictograma alusivo a su actividad comercial. En cualquier caso, hoy en día nos produciría cierto repelús entrar a comer en un sitio tan hermosamente cutre, lo que no quita para que probablemente en el pasado se comiera por lo menos aceptablemente. Una cosa es la estética y otra cosa es la gastronomía.




 
Carteles indicadores que se van degradando con el paso del tiempo y que adquieren una presencia casi tan desoladora y fantasmal como el lugar en donde se encuentran. Algunos de ellos ni siquiera señalan ya la dirección correcta. Como tantos otros pueblos de la antigua N-III, Montalbo fue un lugar de paso y escala obligada de viajeros, vehículos y mercancías, y en ello basó su prosperidad y pujanza durante largas décadas. En el pasado, la idea de hacer transitar las carreteras nacionales por el centro de las localidades de la ruta estaba orientada precisamente a fomentar el desarrollo de estas poblaciones, a sabiendas de que una carretera es una fuente de riqueza y un estímulo para el crecimiento económico de los lugares que atraviesa. Pero estos conceptos empezaron a quedar obsoletos con el avance de los tiempos y el propio progreso de nuestro país, más necesitado de vías rápidas y seguras como las modernas autopistas y autovías, que de planes de desarrollo rurales, y el resultado está a la vista: con la extinción de las viejas radiales españolas todo su entorno parece también extinguirse lenta e inexorablemente.



Villares del Saz, otro clásico de la ruta Madrid-Valencia, es nuestro próximo destino. La desolación, el silencio y la soledad de los lugares emblemáticos que ya no lo son, es lo que vamos a encontrarnos también aquí. Pueblos manchegos que crecieron y vivieron al calor de la antigua nacional y que ahora languidecen en esa dulce decadencia nostálgica del abandono y el olvido. A menos de un kilómetro de sus calles, sin embargo, se escucha incesante el vivo rumor de la autovía A-3. La nueva carretera representa el futuro. Estos pueblos ya sólo simbolizan el pasado.


La mayoría de las gasolineras de la antigua radial han desaparecido o se encuentran abandonadas, pero otras, como esta a la entrada de Villares del Saz, siguen prestando servicio local. Peor suerte han corrido los talleres mecánicos, hostales, restaurantes de carretera y otro tipo de comercios asociados a la misma, incapaces de sobrevivir al desdoblamiento de la nacional y la consiguiente ausencia de viajeros y gentes de paso.


Rótulos de talleres mecánicos y de venta de quesos y jamones (o de vino y de carnes y chuletas a la brasa) representan la quintaesencia genuina de la antigua N-III a su paso por los pueblos de la provincia de Cuenca. Con la desaparición del tránsito en las travesías, los distintos municipios han cambiado también su fisonomía urbana al incorporar nuevos elementos como las aceras más amplias, farolas, bancos, jardines y otros equipamientos enfocados al exclusivo uso y disfrute de los vecinos y no de los viajeros ya inexistentes.


En este caso los carteles indicativos de orientación y distancias se han preservado con cierto esmero sobre sus originales estructuras tubulares. Hacia el este, 63 kms. a Motilla del Palancar y 218 a Valencia. Hacia el oeste, 50 a Tarancón y 132 a Madrid. Tierra de nadie en la soledad implacable de las primeras horas de la tarde de un domingo de Mayo. Pero la metáfora que subyace en la imágen es aún más despiadada: si durante muchos años este pueblo fue sólo un lugar más de paso entre tantos otros de la carretera nacional III, ahora ni siquiera le queda ese prestigio. Los carteles parecen una invitación estéril para un viaje que nadie volverá a emprender ni a continuar nunca desde aquí.



El apasionante viaje por mi vieja carretera del pasado continúa. Y como en los viejos tiempos, en solitario y cargado hasta los topes. Hay experiencias casi místicas que nos exigen rigurosa fidelidad a sus detalles originales para poder extraer de ellas todo su verdadero misticismo. De otro modo, la experiencia ya no sería la misma. Es la hora de comer y estoy descansando a la entrada de Honrubia antes de continuar el largo camino hasta Valencia y la Costa Blanca alicantina por la histórica ruta de la N-III y posteriormente por la N-332. Sé que no voy a comer, no por lo menos de momento. Hoy es uno de esos días venturosos en los que la carretera es mi único sustento, y me voy alimentando de recuerdos y de distancias.