martes, 27 de febrero de 2018

AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO. (1 de agosto de 1936). 45ª Entrega

Un relato de Route 1963



LEER TODO LO PUBLICADO ANTERIORMENTE. (Entregas 1 a 44).


 Estábamos a más de cien kilómetros de Valencia y sabíamos que nos buscaban policías secretos, guardias civiles, guardias de asalto, carabineros y milicianos, es decir, miembros de casi todas las unidades armadas de la República. Tenían nuestras descripciones físicas y seguramente conocían también la matrícula de la moto que, aunque falsa -al igual que nuestras documentaciones- ya no podía servirnos de salvoconducto. Era probable, incluso, que ya estuvieran al tanto de nuestra determinación de llegar a Valencia esa misma noche. Y frente a estos enemigos tan diversos como poderosos, la única defensa de que disponíamos era una pistola con solo cinco cartuchos y los buenos propósitos de Amparo Signes de enviar un auto a tiempo de rescatarnos. Pero, ¿y si esos buenos propósitos de aquella mujer se veían finalmente frustrados por causas o contratiempos ajenos a su voluntad? ¿Y si aquel auto era interceptado por el camino y no llegaba nunca en nuestro auxilio? Y si llegaba, ¿cómo podríamos saber que quien viniera en él fuese de confianza y no un enemigo infiltrado?

Por lo demás, los escasos e improvisados detalles acerca de esta operación de rescate que le había comunicado Amparo Signes a mi hermano en su última conversación telefónica, resultaban muy inquietantes y parecían elementos más propios de una película de intriga que de una realidad que pudiera materializarse al cabo de pocas horas. Solo sabíamos que ella tenía importantes contactos, los cuales le habían advertido de que nos estaban buscando y abundaban los controles de carretera, razón por la cual no podríamos llegar a Valencia en la moto, y por eso nos enviaba un auto. ¿Pero qué razones teníamos para suponer que en un auto podríamos eludir esos controles? ¿De qué clase de garantías, protecciones o salvoconductos dispondría ese auto que vendría a nuestro encuentro? Y si el rescate se suponía seguro, ¿entonces por qué tanto misterio y sigilo, por qué recogernos a escondidas, de noche y clandestinamente en el puente de Contreras, por qué después de habernos hecho señas con sus faros cuatro veces?


Sin embargo, lo que más me preocupaba era la condición expresa de que fuese a esperarnos solo dos minutos después de la última señal de sus faros, transcurridos los cuales volvería de regreso a Valencia, estuviésemos nosotros a bordo, o no. Solo habría una oportunidad, y yo con las muletas no podría caminar todo lo deprisa que seguramente exigirían las circunstancias en el momento de la aparición del vehículo. ¿Tendría prevista mi hermano esta contingencia? Estaba convencido de que él no tenía nada previsto, ni siquiera conocía el puerto de Contreras, ni el puente, ni el terreno en donde debíamos escondernos a esperar el auto. Era todo una quimera enorme, imposible, inalcanzable. La luz del atardecer se demoraba lentamente en el cielo y nosotros seguíamos en peligro.