Un relato de Route 1963
Nada más montarme en la cabina del camión y sentarme en su asiento corrido de tablas cubiertas de gutapercha, tan duro como una piedra, empecé a marearme. En aquel estrecho cubículo de lata, que temblaba como un flan por las trepidaciones del motor, la temperatura era tan elevada y sofocante como la de unos altos hornos, y olía a vino rancio, a sudor, a pies y a combustible mal quemado. El chófer se acomodó a mi derecha (el camión habría sido construido bajo patrones británicos), cerró su portezuela, que no tenía cristal en la ventanilla (la mía tampoco), se pasó los antebrazos por la frente para secarse el sudor, puso las manos sobre el volante gigantesco, que le rozaba en la tripa y estaba forrado con cartones y trapos viejos, quitó el freno de mano, movió hacia un lado la palanca de cambio, casi tan larga y pesada como las que se empleaban en los cambios de aguja ferroviarios, y pisó los toscos pedales de hierro de interminable recorrido, tanto como el que daban de sí sus piernas completamente estiradas. El camión empezó a moverse lentamente.
—Hace mucho calor, sí —dijo el hombre al verme resoplar.
—¿Cómo puedes trabajar así? —se me ocurrió preguntarle.
—A ver, qué quieres, uno es un obrero. O trabajas así, o no trabajas. Pero te acabas acostumbrando, no te creas, y encima en invierno es aún más duro. Yo me consuelo pensando que en las fábricas y en el campo están peor.
—Tal vez —reconocí—, pero de todas maneras esto es inhumano.
—Más inhumano es no tener qué comer. Cuando triunfe nuestra revolución libertaria viviremos como príncipes. Habrá que seguir arrimando el hombro, eso sí, pero ya no será lo mismo. Nadie se enriquecerá con el sudor de los pobres. Si quieres agua, ahí tienes un botijo. Estará calentorra, pero es mejor que nada y quita la sed. A no ser que te apetezca más un trago de tinto de Valdepeñas, claro, que también llevo una bota.
La bota de vino, sucia y manoseada en exceso, se balanceaba de un lado a otro colgando de un gancho por encima del parabrisas. El botijo, en cambio, lo encontré a mis pies, y tampoco me causó mejor impresión, desportillado y lleno de manchas negras de grasa como estaba.
—A lo mejor bebo luego, gracias.
—Bebe cuando y cuanto gustes, compañero.