Un relato de Route 1963
Apenas si había terminado de hablar cuando se escuchó el sonido de la segunda moto que se marchaba camino abajo. Mi hermano reconoció la parte del error que le correspondía:
—Bueno, ha sido una falsa alarma. Sólo se había quedado rezagado. Esas máquinas a veces fallan al arrancar. Ya podemos salir, pero con cuidado, no vaya a ser que vuelvan.
Nos asomamos con precaución por encima de las hojas de los girasoles. Desde aquella zona de la loma se divisaba un breve tramo de la carretera, justo en donde desembocaba el camino de tierra por donde habíamos subido. Los carabineros no tardaron en llegar al cruce y giraron a la izquierda en dirección a Tarancón. El zumbido de sus motos todavía se pudo oír durante unos segundos, cada vez más lejano y tenue, hasta que cesó por completo.
—De esta hemos salido —dijo Juan sacudiéndose el polvo de la camisa y de los pantalones—, pero ahora tenemos que volver a empezar desde cero. Y lo primero, encontrar la inglesita.
Parecía fácil, pero no lo fue y nos llevó un buen rato el dar con ella. En algún lugar de aquella loma sembrada de espesos girasoles habíamos abandonado con precipitación la Brough Superior, y ahora necesitábamos recordar todos nuestros pasos para desandarlos y encontrarla. También habíamos tenido mucha suerte de que no la encontrasen antes los carabineros, en cuyo caso la situación habría sido muy diferente, y no queríamos ni pensar en sus consecuencias. Pero nosotros, como seres urbanos que éramos, nos orientábamos muy mal en el campo, de modo que todos los estrechos surcos y vericuetos de la plantación se nos antojaban idénticos y teníamos la impresión de andar dando palos de ciego para acabar regresando siempre al punto de partida, es decir, a ninguna parte, mientras la moto seguía sin aparecer.
—A lo mejor, si salimos al camino y volvemos a entrar, tenemos más suerte —se me ocurrió decir.
—¡Buena idea, hermanito, buena idea! —me felicitó Juan.