Un relato de Route 1963
Me revolví
inquieto en el asiento trasero del Citroën. Para calmar la ansiedad lié un
cigarrillo y estuve fumando pausadamente, intentando imaginar un desenlace muy
complaciente de nuestra epopeya: Juan regresaba al cabo de una hora, nos
montábamos en la moto (aunque en mis condiciones físicas me costaba creer que
esto volviera a ser posible), reanudábamos viaje y llegábamos a Valencia sin
más contratiempos con la última luz del día. Amparo Signes, hermosa y elegante dama, nos recibía con los brazos
abiertos, nos preparaba un baño caliente y nos agasajaba con una suculenta cena
que habría de saciar por fin nuestros atormentados estómagos. Mi hermano ya
dormía con ella esa primera noche, esto por descontado, en tanto que a mí me
había preparado una confortable cama en otra habitación de la casa, en donde
caería enseguida rendido a un sueño profundo y liberador hasta bien entrada la
mañana siguiente. Mientras el país continuaba desangrándose por los cuatro puntos cardinales, el 2 de agosto de 1936
nosotros comenzábamos una nueva vida, a salvo de cualquier amenaza, en aquella
ciudad en donde nadie nos conocía.