Un relato de Route 1963
El médico suspiró profundamente y
volvió a pasarse los puños de la camisa por la frente para secarse el sudor.
Después apoyó el codo derecho en el techo del coche y se quedó inmóvil mirando
al horizonte, allí en donde se perdía aquella larga recta de la carretera.
-¿Se
le ocurre algo que podamos hacer al respecto? -preguntó.
-Se me ocurren varias cosas. En primer lugar, por seguridad, habrá que
apartar el vehículo de la carretera y dejarlo en un lugar más discreto. Por
ejemplo, en aquellos árboles. Después le llevaré en la moto hasta Minglanilla
para que atienda a esa anciana y consiga una grúa para remolcar el auto.
Entretanto mi hermano se quedará aquí, en el propio auto, hasta que regresemos.
A pocos metros de donde nos
encontrábamos partía un camino de tierra en suave descenso que dejaba a su
orilla izquierda una espesa arboleda en donde sería posible ocultar el auto a
salvo de miradas indiscretas. El hecho de tener que quedarme esperando en su
interior por un espacio de tiempo que seguramente sería prolongado me producía
bastante preocupación, no voy a negarlo, pero dado mi estado físico no estaba
en condiciones de plantear ninguna exigencia.
-Sólo tendremos que empujar el auto hasta el camino -prosiguió Juan-
y luego nos dejaremos caer cuesta abajo
hasta esos árboles.
El médico asintió. Tampoco tenía
mejores alternativas que las que le proponía mi hermano.