Un relato de Route 1963
Juan se detuvo entonces, y se
volvió lentamente hacia mí. Ahora que había recuperado la visión correcta y
podía verle con nitidez, pensé que me encontraría su rostro desencajado de
terror al descubrir que le estaba apuntando con la pistola. Incluso imaginé que
levantaría los brazos, o que se echaría al suelo suplicando clemencia. Tal vez
era lo que cabía suponer en esta situación. Pero los hechos no se desarrollaron
como yo esperaba.
-No sé ahora mismo qué es lo que más me apetece -me dijo con una
mueca fría y neutral-, si acercarme y
partirte la cara, o bien seguir mi camino como si no existieras. Aunque, desde
luego, te mereces las dos cosas, una detrás de otra.
Empuñé con fuerza la pistola y la
agité en la mano como si quisiera hacer más evidente mi amenaza. Era pesada,
dura y tosca como una piedra.
-¡No
te muevas! -le
grité.
-Eres
un ignorante, Mariano. ¿Qué es lo que crees que vas a hacer con esa pistola?
-Pegarte
un tiro, si te marchas. Y luego pegármelo yo. Y aquí terminará nuestro viaje.