(Publicado originalmente el 1 de junio de 2012 en el blog EN LA CARRETERA)
Un tramo
de apenas 20 kms., pero sumamente interesante para recrear y recordar
cómo fue la antigua N-III hasta tiempos relativamente recientes. Salvado
el obstáculo orográfico de Contreras y el llamado Puerto de las
Cabrillas, verdaderos retos técnicos para los ingenieros de caminos de
todas las épocas a la hora de establecer una vía de comunicación más
eficiente entre la Meseta y Levante, entramos en la provincia de
Valencia.
El kilómetro 237, en la célebre subida hasta Villargordo después de atravesar el último túnel de Contreras. Junto a la moderna placa aún se conserva el antiguo mojón kilométrico. No es el único, pues en la zona todavía sobreviven milagrosamente varios de ellos.
Superado el abrupto Puerto de Contreras, nos adentramos ya en las primeras planicies de la Comunidad Valenciana. Sin embargo, aunque esta cuestión no es demasiado conocida, es necesario destacar que la comarca que vamos a recorrer ahora perteneció a Cuenca, y por lo tanto a la denominada Castilla la Nueva, hasta el año 1833, cuando se estableció la actual organización provincial inspirada en los patrones territoriales franceses del siglo XIX, si bien el concepto de provincia proviene de la época romana. Esto quiere decir que localidades tan consolidadamente valencianas en la actualidad como Utiel, Requena y otras, no formaron parte nunca del antiguo Reino de Valencia, sino que fueron estrictamente castellanas hasta hace 179 años, un espacio de tiempo que puede parecernos largo y significativo, pero que a los efectos históricos, sociológicos y de genealogía de la población resulta en realidad muy breve. Y ello explica, por ejemplo, que a raíz de implantarse el modelo territorial autonómico español a partir de 1975 (aún conservándose a todos los efectos administrativos la tradicional demarcación provincial), algunos de estos municipios valencianos por los que transitaba la antigua N-III y que habían pertenecido a la provincia de Cuenca, se aferrasen a sus primitivas señas de identidad tratando de atribuirse pintorescas denominaciones más o menos consentidas o admitidas oficialmente, como aquella de comarca de la Valencia castellana, pero incluso llegando a ofrecer cierta resistencia popular ante la moderada colonización lingüística de la Generalitat y su propósito de que estos pueblos históricamente castellanoparlantes aceptasen de buen grado su inmersión en la lengua valenciana.
Y si estamos hablando aquí de este tema, tan curioso como interesante y desconocido para los foráneos de la región, es por la única razón de que la propia carretera N-III reflejó esta realidad hasta bien entrados los años 80 del pasado siglo, de tal suerte que cruzando pueblos como San Antonio de Requena o Caudete de las Fuentes, por ejemplo, era frecuente ver pintadas en las fachadas de las casas en las que se leía ¡No al valenciano!, e incluso, en términos más formales, rótulos que hacían mención al ya citado concepto de comarca de la Valencia castellana, como era el caso de algunas cajas de ahorros o cooperativas locales que lo empleaban en sus denominaciones.
Treinta años después, tanto las pintadas como el concepto de una Valencia castellana han desaparecido, al menos de las calles, y es dudoso que la lengua valenciana se haya impuesto entre la población, ni siquiera en los más jóvenes, pero realmente el asunto parece haber perdido actualidad e interés. Ahora el interés, que no la actualidad, está en la propia carretera general de Madrid a Valencia y en la ruina y el abandono que va dejando alrededor del viejo trazado con su desaparición.
El desvío a Villargordo del Cabriel. Naturalmente, la primitiva N-III transitaba enteramente por su casco urbano, que recorrimos en Septiembre de 2011 de forma un tanto accidentada, pues la travesía no tiene continuidad en sentido Valencia, y por error y despiste terminamos por meternos en dirección prohibida. Volveremos a visitar y grabar esta travesía en breve. De aquí a Caudete de las Fuentes vamos a encontrar notables vestigios de la antigua ruta que se resisten a desaparecer, por ahora.
La estación de servicio del Cabriel y el restaurante adyacente, ambos cerrados quizá desde no hace muchos años. La soledad y el abandono del sitio resultan impresionantes. Eran las primeras horas de la tarde de un domingo desapacible y ventoso y el aire ululaba entre los surtidores de la gasolinera recreando esas escenas siniestras de la desolación que tanto hemos visto en las road movies americanas ambientadas en la clásica Route 66 u otras carreteras similares cuya existencia parece haber quedado detenida en el tiempo.
Como no podía ser de otro modo, muchos de los elementos del entorno de la antigua carretera, como los anuncios añejos y las señales de tráfico arcaicas, están en consonancia con la decadencia del lugar y forman parte imprescindible de su fascinante encanto. Un escenario insólito que nos devuelve a los años 70 y 80 del pasado siglo, por lo menos.
Esto es todo lo que queda de la gasolinera gemela situada justo enfrente de la anterior, en sentido Valencia. La vegetación va poco a poco conquistando este territorio, del que se ha enseñoreado ahora el toro de Osborne, otro superviviente a la extinción sistemática de aquella España de carreteras generales de dos carriles por las que tanto llegamos a viajar cuando éramos más jóvenes. Tanto como lo fuimos hacia 1996, cuando está tomada esta fotografía, precisamente junto a la gasolinera desaparecida, pero entonces todavía en servicio.
Otra clásica, aunque no tanto como la antigua N-III. Mi viajada Honda Varadero XLV-1000 del 99, con más de 100.000 kms. a cuestas, está siendo una herramienta imprescindible en todos los trabajos que estamos realizando para el documental. Nació demasiado tarde como para haber podido viajar por esta carretera cuando aún era la auténtica carretera que aquí estamos glosando, no al menos por los tramos que estamos recorriendo hoy, pero su oportunidad de retroceder al pasado por el túnel del tiempo y transitar por la vieja radial de Madrid a Valencia no la ha desaprovechado en absoluto. Y en septiembre, si no antes, está previsto que volvamos a pasar por aquí para dar los últimos retoques a este apasionante proyecto.
Nos ponemos en marcha de nuevo en dirección a Caudete de las Fuentes, otro pueblo emblemático de la N-III. Estas largas rectas eran una delicia para los amantes de la velocidad en los buenos tiempos, cuando no proliferaban los radares ni la tiranía del carnet de conducir por puntos. Nosotros mismos llegamos a correr a placer por esta zona con nuestras motos de entonces, aunque los espacios no aparecían tan abiertos y despejados como se aprecia en estos fotogramas, sino todo lo contrario, el tránsito de vehículos era muy elevado, sobre todo camiones y autobuses, y con frecuencia la tarea de adelantar y seguir abriéndose camino consumía demasiado tiempo y demasiadas energías. Era peligroso y expuesto conducir por aquí, pero al menos había que conducir. Ahora, con las seguras y modernas autopistas y autovías y los anacrónicos límites de velocidad ya no se conduce, y casi nadie sabe conducir a la vieja usanza, y se ha perdido para siempre el maravilloso encanto de aquellos intrépidos viajes en los que había que ir jugando con las marchas, calculando distancias, aceleraciones y potencia en los motores para no acabar empotrado bajo un camión que venía de frente. Era todo mucho más difícil y arriesgado, sí, pero también más emocionante y genuino, y uno liberaba altas dosis de adrenalina y se sentía invadido a veces por intensas y agradables sensaciones muy difíciles de describir pero que terminaban por volverle verdaderamente adicto a esta carretera, porque esta carretera enganchaba tanto como la más excitante de las drogas. Veinte o treinta años después, recorriendo de nuevo la ya extinta N-III con demorada lentitud y paciencia en busca de sus vestigios del pasado (como ese otro mojón mudo que aparece en la tercera imágen), en un largo viaje rememorativo por los vericuetos de la nostalgia, los placeres son de otra naturaleza, pero no menos encantadores y adictivos.
El
primero de los dos tramos abandonados que tenía previsto visitar, y que
visité. En comparación con otros tramos semejantes que hemos visitado en
las provincias de Cuenca y de Madrid, este era de muy fácil acceso: un
camino asfaltado llevaba hasta él desde la carretera.
Y por supuesto, siguiendo mi costumbre tradicional, lo grabé íntegro en los dos sentidos. Todavía no está excesivamente degradado y los avances de la vegetación son muy lentos. Inquietante y misterioso, en cambio, se antoja ese montón de arena apelmazada, seguramente un residuo de las obras de construcción del nuevo tramo paralelo. Resulta curioso comprobar como la N-III, a lo largo de decenas de años, ha ido variando su trazado y dejando huellas del trazado antiguo por doquier a través de todo su territorio. Una de nuestras tareas accesorias -y a menudo más complicadas- para el documental es precisamente esta, la de sacar a la luz esos restos de asfalto todavía visibles del pasado de la carretera.
El segundo tramo abandonado, a pocos kilómetros del anterior, y ya cerca de Caudete de las Fuentes. A diferencia del primero, su acceso se realiza desde la propia carretera en su extremo sur. Lo habitual en estos casos es que hubiera sido cegado, como en su extremo norte, por un guardarraíl. Sin embargo su salida es completamente diáfana y está regulada por la señalización de stop tanto vertical como horizontal.