Publicado originalmente el 14 de junio de 2012 en el blog EN LA CARRETERA.
El
colofón de aquel fructífero domingo en la carretera (20 de mayo de
2012), siguiendo paso a paso las huellas más orientales de la antigua
N-III me
llevó a recorrer los dos últimos tramos emblemáticos que se conservan
en territorio valenciano: el Puerto de Buñol y la travesía de Chiva.
El
Puerto, o Portillo de Buñol, como es también llamado por las gentes
autóctonas, es la segunda dificultad montañosa importante de esta ruta
(la otra es el Puerto de Contreras), que desde hace siglos obstaculizó
notablemente las comunicaciones entre las dos ciudades. En tiempos fue
más conocido como el Puerto o el Paso de las Cabrillas, y los ingenieros
de caminos de las distintas épocas aplicaron sus conocimientos técnicos
con verdadero empeño para salvar este obstáculo montañoso de gran
envergadura y poder abrir la ruta natural de Madrid a Valencia, que
hasta entonces se realizaba preferentemente por el camino más largo y
suave, esto es, por Almansa y Albacete, un considerable rodeo de
bastantes kilómetros, o leguas, en la medida oficial aplicada en el
pasado. La dificultad orográfica de este territorio ha sido tal, incluso
en tiempos presentes, como para que la antigua N-III siguiera
transitando por el Puerto de Buñol hasta hace pocos años, cuando se
inauguró el conocido viaducto, otra obra maestra de envergadura de la
ingeniería moderna.
Podemos
considerar que el Puerto de Buñol propiamente dicho comienza en Venta
Quemada, y desde allí inicié su recorrido, pero me consta que aún quedan
tramos transitables anteriores que serán objeto de una próxima visita. Y
precisamente en la gasolinera de Venta Quemada, término de Siete Aguas,
en donde paré a repostar, encontré dos elementos curiosos, entrañables e
interesantes del pasado de esta carretera.
En
tiempos este mojón debió de pertenecer al kilómetro 299 ó 300. Ha sido
impecablemente restaurado y pintado con sus colores originales, si bien
se han eliminado todos sus caracteres alusivos a la carretera.
Probablemente no era este su emplazamiento original, sino que ha sido
trasladado para su utilización como elemento ornamental en la
gasolinera. Para tal fin habría resultado más idóneo preservar también
sus caracteres originales, pero hemos de conformarnos con lo que hay.
Otra rareza muy destacable es este viejo surtidor de la marca Bennett ya fuera de servicio y utilizado también como pieza decorativa de la gasolinera. En estos tiempos de tecnología digital resultan anacrónicos sus clásicos contadores mecánicos y no digamos ya el precio del combustible indicado en la parte inferior: 4´91 ptas. por litro, es decir, unos 3 céntimos de euro actuales. La tentación de calcular cuánto ha subido la gasolina desde el pasado remoto de este surtidor es inevitable, y lo acabo de hacer: para el caso de la sin plomo de 95 octanos actual sería 46´33 veces más cara que entonces. Estremece sólo el pensarlo.
Otra rareza muy destacable es este viejo surtidor de la marca Bennett ya fuera de servicio y utilizado también como pieza decorativa de la gasolinera. En estos tiempos de tecnología digital resultan anacrónicos sus clásicos contadores mecánicos y no digamos ya el precio del combustible indicado en la parte inferior: 4´91 ptas. por litro, es decir, unos 3 céntimos de euro actuales. La tentación de calcular cuánto ha subido la gasolina desde el pasado remoto de este surtidor es inevitable, y lo acabo de hacer: para el caso de la sin plomo de 95 octanos actual sería 46´33 veces más cara que entonces. Estremece sólo el pensarlo.
Como
estremece, pero por motivos mucho más entrañables y gratos, o quizá no
tanto, volver a rodar por el viejo Puerto de Buñol. En su día, cuando la
clásica N-III lo atravesaba sin alternativa posible, ya era un tramo
tan hermoso como demencial y peligroso en cuyas rampas, pendientes y
curvas cerradas se dejaron la vida muchas personas al volante.
Desesperación de camioneros, agotamiento de automovilistas y tedio de
viajeros de toda condición en tránsito hacia Valencia o Madrid, es
seguro que a nadie dejó nunca indiferente. Y aunque con los años se
fueron habilitando carriles para vehículos lentos en algunas zonas, lo
habitual cuando se circulaba por este puerto era hacerlo en lenta
caravana y con escasas posibilidades de efectuar un adelantamiento, con
lo cual el trayecto se hacía interminable. Pero ahora, en la soledad y
el silencio de la antigua nacional casi abandonada y sin apenas
tránsito, las cosas son muy diferentes, y es posible observar sobre la
marcha los viejos mojones que todavía sobreviven o la primitiva línea
del ferrocarril Madrid-Valencia que discurre paralela a la carretera
durante varios kilómetros.
El viejo puente de piedra del ferrocarril y el moderno puente de la autovía que atraviesan lo que fue la N-III de camino a Buñol. Era con diferencia uno de los tramos más peligrosos en la ruta de Madrid a Valencia.
Otro clásico de la carretera, el restaurante Venta L´home,
en lo que fue una casa de postas del siglo XVII, cuando se tardaba una
semana o más en recorrer en carruajes o caballerías la distancia entre
las dos ciudades. A los efectos del relevo de las caballerías y del
descanso y manutención de los viajeros, cada cierto número de leguas se
establecía la posta, y estas instalaciones constituían hitos
fundamentales del camino que determinaban obligatoriamente las etapas
del viaje. Se conservan documentos en los que consta con detalle la
ubicación de estas postas en lo que en tiempos se conoció como el camino
real de Madrid a Valencia por el Puerto de las Cabrillas, y se
especifica con precisión el momento del día (mediodía o noche) en que
los viajeros llegarían a cada una de ellas. Por ejemplo, las
pernoctaciones estaban previstas en Arganda, Tarancón, Villar de Cañas,
Olmedilla de Alarcón, Minglanilla, Utiel, Venta de Buñol (el lugar del
que estamos hablando), y Quart de Poblet, en total ocho jornadas de
viaje, al menos. Y se hacía mediodía en Villarejo de Salvanés, Saelices,
La Almarcha, Motilla del Palancar, Venta de Contreras, Siete Aguas,
Venta del Poyo y Mislata. No es necesario tener mucha imaginación para
comprender lo largos y terriblemente penosos que debían de resultar
aquellos viajes.
El
punto kilométrico 300 y el comienzo del descenso pronunciado hacia
Buñol. El gigantesco puente del viaducto nos acompaña a mano derecha
durante un trecho. Y en el 303 nos aguarda una interesante sorpresa:
Se ha
conservado el mojón y la denominación de la carretera. La ermita erigida
en honor a San Cristóbal, patrón de los automovilistas, está fechada en
1994, pero yo creo recordar vagamente, aunque puedo estar equivocado,
una ermita anterior ubicada en el mismo punto con la fecha de 1965 en su
fachada.
La
pasarela de la fábrica de cemento y los restos abandonados de un breve
tramo como consecuencia de una antigua rectificación del trazado de la
curva. Las emisiones de humo y polvo de las chimeneas de la fábrica
cubrieron durante años de un manto blanco y espeso los mojones
kilométricos, las señales de tráfico y el propio asfalto. Era una zona
verdaderamente insalubre y peligrosa, sobre todo cuando llovía, pues se
formaba un resbaladizo barrillo en la calzada y los neumáticos
deslizaban con facilidad a la entrada y salida de las curvas.
La fábrica de cemento y el puente del viaducto sobre la antigua N-III. Ya no hay polvo ni barro, pero el firme se encuentra bastante deteriorado desde hace años, y no parece que merezca la pena reasfaltarlo, pues el tránsito es prácticamente inexistente. Unos pocos kilómetros más adelante este tramo muere en una vía de servicio y posteriormente en la autovía, que nos conducirá enseguida hasta el último vestigio de la carretera general: la travesía de Chiva.
El sabor añejo de la primitiva carretera sigue presente en los alrededores de Chiva. Mojones, carteles y señales antiguas nos devuelven al pasado de la clásica N-III.
El hito
kilométrico del 321 semienterrado junto a una rotonda en la travesía de
Chiva. Ayer y hoy de esta carretera. Los frondosos pinares aledaños eran
y siguen siendo un elemento invariable del paisaje que ha sobrevivido a
la N-III. ¡Qué tiempos, qué recuerdos!
El
último tramo transitable da servicio ahora a un pequeño polígono
industrial, pero se indica como carretera cortada. La antigua
señalización no ha sido retirada, todo lo más han sido borradas o
disimuladas toscamente sus indicaciones. El abandono y la desolación se
palpan por todas partes.
Esos
clásicos carteles, que entre otras cosas indican antiguas comarcales
cuyo recorrido y numeración ha variado, deberían ser desmontados y
preservados como un recuerdo de la historia de nuestras carreteras en
general y de la N-III en particular. Naturalmente no parece que eso vaya
a suceder, y un día desaparecerán para siempre. Me queda al menos el
consuelo de haber podido dejar testimonio gráfico de su existencia.