miércoles, 30 de septiembre de 2015

LOS RESTOS DEL PRIMITIVO PUERTO DE BUÑOL (2ª parte).




Un reportaje de A.S.G. 

Una sencilla jornada de senderismo en la cara oeste de la zona de Buñol, a la altura de los accesos a Siete Aguas por Valencia, nos permite acceder a un tramo de la primitiva N-III que ninguno de nosotros ha recorrido nunca en un vehículo pero que todavía sobrevive y es perfectamente reconocible.

Este tramo se ubica en el antiguo km.294 sentido Valencia (acceso desde la autovía A-3 por el km.306) que se encuentra junto a la gasolinera de Venta Mina. Como es lógico de este primitivo trazado no existen imágenes en Google Maps.

 


Este hito kilométrico, completamente erosionado, todavía conserva trazas de pintura roja, lo que nos indica sin ningún género de dudas que por aquí transitó la primitiva N-III antes de ser rectificada como consecuencia de las actuaciones del Plan Redia.




En esta antigua venta se hospedó Carlos V, como puede leerse en el rótulo de la fachada. La explanada debió de ser en tiempos un espacio para el aparcamiento de carruajes y caballerías.









La carretera es más ancha de lo que se aprecia a simple vista, ya que la vegetación ha ido invadiendo una parte importante de la misma. Los cimientos, las obras de fábrica y el cableado telefónico son las pruebas irrefutables de que ésta era la antigua carretera nacional. En el segundo tramo, similar al primero, todavía se aprecian restos de pintura amarilla en la señalización horizontal.






 

lunes, 31 de agosto de 2015

LA ODISEA DEL VIAJE MADRID-VALENCIA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA




La carretera de Madrid a Valencia, en aquel tiempo denominada como carretera radial de primer orden de Madrid a Castellón por Valencia, tuvo una importancia vital en la guerra civil española (1936-1939) para las comunicaciones terrestres más estratégicas del Gobierno republicano durante casi toda la contienda. No sólo unía la primera con la tercera ciudad más importante del país, sino que dadas las circunstancias territoriales derivadas del curso de la guerra, se había convertido en la salida más accesible al mar y en la principal vía de abastecimientos, tanto militares como de víveres de consumo, de la capital de España. Capitalidad que sería trasladada precisamente a Valencia, como es bien sabido, en Noviembre de 1936, cuando el asedio sobre Madrid de las tropas fascistas sublevadas alcanzó su punto más dramático y el Gobierno  decidió trasladarse, por seguridad, a esta ciudad levantina, estableciendo en ella la capital de la nación hasta el año 1937, pasando a ser después Barcelona la capital de la República.

No existen, o al menos nosotros no las hemos encontrado, informaciones muy precisas y detalladas acerca de cómo se produjo el traslado de los miembros del Gobierno a Valencia (los vehículos que utilizaron, las paradas que hicieron en el camino, las horas que tardaron en llegar a destino...), aunque parece ser que partieron de noche o de madrugada en diferentes días y en varios coches oficiales con escolta militar, y que no se marcharon solos en principio, puesto que no pocos civiles y milicianos que disponían de medios de locomoción adecuados (automóviles y motocicletas particulares, taxis, camiones, autobuses e incluso carros de tracción animal) huyeron en desbandada tras el Gobierno ante el temor de una caída inminente de Madrid, colapsando la carretera de Valencia. Sin embargo, a la altura de Arganda, las tropas del Ejército gubernamental consiguieron disuadir de su huida a la mayoría de los fugitivos, obligándoles a regresar a la capital con el argumento de que debían quedarse en ella para ayudar en su defensa frente al enemigo.




Conscientes de su importancia estratégica, los sublevados trataron en varias ocasiones de hacerse con el dominio de la carretera de Madrid a Valencia en las proximidades de Madrid para romper el frente, pero nunca lo consiguieron y esta ruta permaneció expedita para la República a lo largo de toda la guerra. No ocurrió lo mismo en las otras cinco carreteras radiales de primer orden, que permitieron un rápido avance de los rebeldes hacia la capital. Así sucedió en las de Madrid a Irún y de Madrid a La Coruña, y como consecuencia de ello las tropas fascistas se plantaron en Somosierra y en el Alto de los Leones y posteriormente en la Ciudad Universitaria madrileña, en donde se estabilizaron los frentes en los primeros meses de la contienda. Otro tanto sucedería en las carreteras de Madrid a Badajoz y de Madrid a Andalucía, por donde los rebeldes camparon a sus anchas, pudiendo llegar también en pocas jornadas hasta las puertas de la capital. Y por último, en la carretera de Madrid a Francia por La Junquera, y a pocos kilómetros de Madrid, tuvo lugar la célebre batalla de Guadalajara, en donde las tropas italianas aliadas de Franco sufrieron una severa derrota por parte del Ejército gubernamental, que logró frustrar su avance hacia Madrid, aunque nunca dispuso del control estratégico de esta carretera en todo su largo recorrido hasta Barcelona y la frontera francesa.

Pero volvamos a la carretera de Madrid a Valencia, que es la que nos interesa en este reportaje. Su trascendental protagonismo durante la guerra civil española no se limita sólo al desplazamiento del Gobierno republicano y al consiguiente traslado de la capitalidad de la nación de una ciudad a otra, sino también, y sobre todo, a la evacuación del patrimonio artístico amenazado en Madrid por los bombardeos de la aviación insurgente. Una operación logística de gran envergadura y características singulares que se realizó en el invierno de 1936. No nos extenderemos por aquí en una descripción pormenorizada de esta evacuación, que bien podría catalogarse de verdadera odisea, dadas las complicadas vicisitudes a las que tuvo que enfrentarse, sobre todo considerando que el país estaba en guerra y que cualquier viaje largo por carretera representaba un peligro real. Un extraordinario documental titulado Las cajas españolas, disponible en Youtube y que insertamos al final de este post, recrea de manera ficticia, pero con extraordinaria fidelidad a los hechos, aquella increíble epopeya. 




Insertamos también, a modo de resumen, una breve recopilación de escenas de ese documental referidas concreta y directamente a la evacuación del tesoro artístico a través de la carretera de Madrid a Valencia. Entre otras cosas de sumo interés, descubriremos que cada envío tardaba 24 horas en cubrir la distancia que separa las dos ciudades, pues por cuestiones técnicas y de seguridad se había fijado una velocidad máxima de 15 km/h. para los convoyes de camiones que transportaban las obras de arte. También se hablará del deplorable estado de las carreteras españolas de la época, agravado además por el tránsito de pesados vehículos militares durante la guerra, la escasez de combustible y de repuestos en caso de avería, los controles de milicianos armados a la entrada o a la salida de los pueblos, los bombardeos de la aviación enemiga sobre las propias carreteras, cuyo trazado utilizaban como referencia para orientarse en el vuelo, y un largo etcétera de curiosidades en su mayor parte desconocidas para la mayoría de los espectadores.

Con la salvedad de las escenas rodadas en el Puente de Arganda, cuyo gálibo impide pasar a los camiones cargados con los enormes cuadros del Museo del Prado, no parece probable que el resto de los escenarios recreados en el documental se correspondan realmente con ningún tramo de la carretera de Madrid a Valencia pasado o presente, pero ello no le resta ni un ápice de interés a este magnífico documental. 








viernes, 17 de julio de 2015

LA N-III EN LA SERIE "LOS CAMIONEROS" (1973)



Un reportaje de Route1963


La célebre serie de televisión Los camioneros, dirigida en el año 1973 por Mario Camus y protagonizada por el actor Sancho Gracia, de la que se produjeron y emitieron un total de trece episodios con una duración media de treinta minutos cada uno, fue probablemente, con la salvedad de algún largometraje, el único producto audiovisual español de ficción dedicado al tema de la carretera en la época. En el año 2006 la serie, rodada originalmente en color, fue digitalizada, remasterizada y recopilada para su comercialización en cinco discos en formato DVD contenidos en un lote o pack indivisible. De uno de esos discos DVD, el que contiene el episodio número 5, es de donde he capturado los fotogramas que ilustran esta entrada del blog.

En mi modesta opinión, creo que la serie no fue una producción televisiva de excesiva calidad. Por una parte, los guiones de los diferentes capítulos son flojos, mal hilvanados y acusan notoria dejadez en su ejecución. Esto da lugar a unas historias un tanto simples y carentes de la necesaria tensión dramática, cuando no pretenciosas e inverosímiles unas veces o excesivamente tópicas y acomodaticias en otras. Por otra parte, a pesar del protagonismo y buen hacer de Sancho Gracia en todos ellos, los diferentes capítulos se antojan inconexos entre sí y huérfanos de un hilo conductor adecuado que pudiera procurarles una unidad narrativa común. Por último, los descuidados diálogos, la endeblez de los papeles y la interpretación de los actores, con alguna meritoria excepción, tampoco ayudan en exceso a mejorar la calidad del producto. En la propia sinopsis de la serie ya se hace evidente la modestia de sus intenciones:

Paco es un camionero de treinta años, mimado por su madre y por su novia, y con fama de "golfo", según él, infundada. Los camiones son su pasión, el azar de las rutas su aliciente. Le suceden historias pequeñas y grandes, sembradas de costumbrismo contemporáneo; un poco de emoción, un poco de riesgo, comidas aquí y allá, largas horas de trabajo con nieve o con calor extremo al volante y, de vez en cuando, un gesto de solidaridad humana. Es la crónica de las aventuras de Paco, camionero por vocación. La serie fue rodada en escenarios naturales variados, que muestran la diversidad de la geografía española y refuerzan, cara al espectador, la imagen del camionero como una especie de moderno nómada. 



En cambio la fotografía, a cargo de Hans Burman, y la banda sonora original, escrita y dirigida por Antón García Abril, dignifican la serie muy por encima de la mediocridad del guión. Pero en todo caso estas historias de camioneros se dejan ver muy gustosamente cuarenta años después, y puede decirse que la obra tiene ahora ese valor añejo y testimonial de otro tiempo -los primeros años 70 en España- del que carecía cuando fue rodada.  Y es que, para los buenos aficionados al tema de la automoción clásica y de las antiguas carreteras españolas, los generosos exteriores y los vehículos mostrados profusamente en la serie a lo largo de diferentes y muy variados escenarios de todo el país, adquieren hoy en día un valor documental impagable.

Uno de estos escenarios, aunque no lo suficientemente aprovechado a mi entender, es la carretera de Madrid a Valencia, o N-III, que aparece en el episodio 5 titulado, con la habitual racanería imaginativa de sus guionistas, como Tabaco y naranjas a mitad de precio. La historia narrada en este episodio es también, probablemente, una de las peores, más descuidadas e inverosímiles de toda la serie. A cambio nos obsequia, sin embargo, con unos magníficos exteriores de Madrid y su tráfico rodado y una interesante y extensa excursión por la N-IV entre la capital y las proximidades de Aranjuez, todo ello en el disparatado final del episodio y en detrimento de mejores exteriores previos en la N-III. Pero el guión, aunque sea muy flojo, es el que manda, y a él se deben las imágenes y el desarrollo de la acción. Esta es la sinopsis de la historia que aparece en el reverso de la caja del DVD:

Paco viaja en compañía de Brito, "El Gafe" hacia Valencia. En un bar de carretera recogen a Haydee, una muchacha argentina que les explica que ha sido víctima de un robo y que lleva consigo un saco lleno de cartones de tabaco. Cuando los camioneros la conducen a un cuartelillo para que denuncie el robo, Haydee desaparece. De regreso a Madrid, la muchacha que se había ocultado en el remolque, roba el camión y huye. Paco emprende la persecución en moto y logra recuperar el camión.


 
El Pegaso de la compañía de transportes Empresa Montaña cruza la coronación de la presa del embalse de Alarcón, conducido por Sancho Gracia en compañía del segundo conductor, el actor Antonio Iranzo, de camino a Valencia. Al salir de Madrid han comentado que si no hay novedad tardarán cinco horas en llegar a la capital levantina. Estamos en el año 1973 (tal vez la serie fue rodada al menos un año antes), y el camión lleva en el semirremolque un disco que indica su limitación legal de velocidad a 60 km/h., con lo cual cinco horas se nos antojan muy escasas e improbables para cubrir la distancia que separa ambas ciudades. Pero la historia en realidad va a transitar por otros derroteros no mucho más verosímiles.


Nuestros camioneros se han quedado sin tabaco y deciden detenerse en el primer pueblo para aprovisionarse de cigarrillos. En el cartel de dirección coincidente de la N-III que aparece en el fotograma puede leerse: Tarancón 115, Madrid 197. Nos encontramos, pues, en Motilla del Palancar o en sus proximidades, pero las fugaces escenas exteriores no muestran elementos demasiado significativos de esta localidad, o no al menos que puedan serlo después de cuarenta años para quienes no hemos residido nunca en ella. Pero también es posible que los exteriores hubieran sido rodados en otro lugar y luego montados en la película. Lo cierto es que aparcan el camión y entran en un bar del pueblo en donde no venden cigarrillos. Absolutamente inverosímil en un establecimiento de carretera de la España de los 70, en donde lo habitual es que se vendieran más paquetes de tabaco que bocadillos. Y a partir de aquí, con la aparición de la atractiva y absurda señorita argentina que va cargada de cartones de tabaco y que dice haber sufrido un robo y el abandono de su novio, la historia deriva ya sin solución hacia el disparate absoluto. 

 
 


Pero por lo menos estos rocambolescos derroteros de la historia sirven de pretexto para mostrarnos algunas hermosas imágenes monumentales y paisajísticas de los alrededores del pueblo de Alarcón, lo cual es muy de agradecer. Y aunque no vemos en ningún momento al Pegaso cruzar bajo esos arcos medievales, queremos creer que su gálibo se lo permitía, porque de otro modo habría sido necesario recurrir a complicados trucos o montajes cinematográficos, y no parece que la serie anduviese muy sobrada de presupuesto ni de ambición para tales cuestiones. 


Minutos después, este fotograma de la España profunda, con su buzón de Correos gris ceñido por los colores de la enseña rojigualda frente al destartalado cuartelillo de la Guardia Civil, nos reconcilia con una trama que se vuelve antipática e indigesta por momentos. Y eso que estamos omitiendo la mayor parte de los detalles de tan insustancial guión para quedarnos sólo con los aspectos que nos interesan. 

 


  
Temporalmente liberados de la presencia de la irritante señorita argentina (o eso creen ellos y deseamos en vano los espectadores), nuestros esforzados profesionales de la ruta vuelven a la N-III sentido Valencia. Estas largas rectas y el paisaje circundante nos permiten ubicar las escenas en los tramos de carretera comprendidos entre Motilla del Palancar y Minglanilla. Es interesante observar la pintura amarilla de la señalización horizontal de la calzada, pero sólo en las líneas centrales que delimitan ambos carriles, porque las que delimitan los arcenes están pintadas de blanco. Muy poco tiempo después, hacia 1974 ó 1975, el Código de la Circulación español establecería la pintura blanca para toda la señalización horizontal viaria, quedando limitada la pintura amarilla a las zonas de obras, tal y como sigue vigente en la actualidad. 



Poco después, ya llegando a Valencia según comentan los protagonistas, recorremos este tramo de carretera que casi con toda seguridad estoy convencido de que no se corresponde con la N-III. Pero podría estar equivocado. ¿Alguno de los lectores reconoce este lugar?  En cualquier caso no identifico el entorno y prefiero recrearme en la contemplación de esos postes telefónicos (¿o telegráficos?) de cinco mástiles, o como se denominasen técnicamente, que ya es imposible o al menos improbable encontrar en las carreteras españolas.



Una vez cargado el camión con varias toneladas de naranjas en algún almacén indeterminado de Valencia o su provincia, los camioneros regresan a Madrid por la noche. A poco de comenzar el viaje de vuelta se detienen a cenar en un restaurante de carretera. Sancho Gracia ojea el diario Levante mientras Antonio Iranzo, al que le corresponde conducir de regreso, se dispone a comer un plato de paella. No falta la botella de vino tinto, por supuesto, porque eran otros tiempos y el alcohol al volante no estaba tan proscrito y castigado como ahora por la Ley. En otras escenas anteriores les hemos visto beber cerveza y todavía les veremos en las escenas finales tomarse una copa de coñac. Sancho Gracia por fin cierra el periódico y cena también su correspondiente plato de paella acompañado de algún vaso de vino.

 
Una pareja nocturna de la Guardia Civil de Tráfico, a bordo de sus tradicionales motos Sanglas, hace acto de presencia en el lugar, sin que su aparición tenga otro propósito más allá de la mera ambientación escénica. Un detalle acertado que se agradece.





Con las primeras luces del día los camioneros llegan a Madrid. Esto demuestra que en ningún caso era posible que realizasen el viaje en cinco horas, ni siquiera yendo de vacío. Antonio Iranzo, al volante, despierta a su compañero Sancho Gracia, que duerme en la litera trasera. Interesantes escenas de la N-III, desde diez años antes convertida en autovía en esta zona a la altura de Moratalaz y Vallecas, con el parque móvil de la época circulando por la carretera a través de los carriles pintados de amarillo. 

Hasta aquí todo cuanto concierne a la carretera Madrid-Valencia en este episodio, pero ya que estamos metidos en materia lo analizaremos hasta el final, puesto que en su desenlace, no menos disparatado que su desarrollo, encontramos las escenas y fotogramas más interesantes de la historia.






El mercado de Legazpi, en Madrid, centro neurálgico del abastecimiento de víveres de la capital en la época y lugar de destino de la mayoría de los camiones que entraban en la ciudad cargados de alimentos. Hasta allí llegan nuestros protagonistas con su mercancía de cítricos valencianos, y podemos observar a placer el parque móvil pesado español de antaño: Avias, Barreiros, Ebros, Pegasos, DKW... Un panorama maravilloso para los más nostálgicos.





Pero también somos dichosamente obsequiados con varias tomas aéreas del tráfico rodado de la ciudad, sus edificios y sus anuncios, lo que nos permite comprobar cuánto ha cambiado Madrid en estos últimos cuarenta años. 





Mientras esperaban para descargar la mercancía, los protagonistas sufren el robo del camión, a manos de, ¡cómo no!, la irritante y estúpida antagonista llamada Haydee, que había viajado oculta en el semirremolque desde el día de la víspera, cuando la encontraron en un bar de carretera de la provincia de Cuenca. Poco verosímil que en aquella época una mujer supiera conducir un camión, y mucho menos que se atreviera a sustraerlo, pero vamos a pasar por alto el detalle para deleitarnos con estos fotogramas urbanos en los que Sancho Gracia trata de hacerse desesperadamente con un vehículo para salir en persecución de su camión robado. Seat 600, 850, 1500... Un Pegaso, algún Morris y esa furgoneta Sava de Madalenas Ortiz con matrícula de Alicante. Entrañable parque móvil que circulaba por las calles de las ciudades españolas en los primeros años setenta.







Finalmente Sancho Gracia (Paco, en la serie) se apropia de una vieja Vespa en marcha sin que apenas oponga resistencia su conductor, y sale en persecución del camión robado, que ya le lleva cierta ventaja. En estos fotogramas podemos ver un microtaxi Renault 8 (bandas amarillas) circulando por delante de un taxi Seat 1500, un autobús Leyland de la EMT precedido por otro autobús Pegaso o Barreiros de color verde perteneciente a alguna línea periférica de la capital (de la compañía Trapsa, muy probablemente), y algunos elementos urbanos, como el cartel de dirección coincidente de la N-IV en el inicio de la misma, en el que se lee Aranjuez 44, Ocaña 58.








La persecución en Vespa (y por supuesto sin casco para el piloto, ya que entonces no era obligatorio), resulta muy de película de acción trepidante (aunque la moto parece correr bastante más de lo que podría hacerlo en la realidad), y nos permite deleitarnos con un sinfín de imágenes de la N-IV a la salida de Madrid y en algunos otros tramos emblemáticos, como la conocida Cuesta de la Reina, en las proximidades de Aranjuez. Como ya vimos y comentamos anteriormente en la N-III, la señalización horizontal está pintada de amarillo en las líneas delimitadoras de los carriles y de blanco en las correspondientes a los arcenes. Por lo demás, mientras la Vespa alcanza al Pegaso robado, lo que no sucederá hasta las cercanías de Aranjuez, podemos entretenernos con el tráfico rodado que circula por la carretera, formado por muchos de los modelos de camiones y automóviles más emblemáticos de los años sesenta y setenta en España. También asoma entra la vegetación en la cuneta derecha, en uno de los fotogramas, el hito kilométrico rojo correspondiente de la época del Plan Peña, elementos indicadores que ya empezaban a ser reemplazados por la señalización metálica, pero que hasta su definitiva implantación seguían estando vigentes y sometidos a conservación y mantenimiento.




La peculiar orografía de la N-IV en la vega del Tajo madrileña, con sus característicos toboganes y cambios de rasante, curvas peraltadas, rampas y pendientes zigzagueantes. Pero también los carteles publicitarios (neumáticos General, Cointreau, Mirinda, vino Montecillo...) que entonces no sólo no estaban prohibidos como ahora en las carreteras sino que le añadían un toque colorista al paisaje y no creo que por ello se distrajeran los conductores, razón por la que fueron suprimidos.



Y por último, otro hito kilométrico del Plan Peña, éste bien visible y correspondiente al km.38 de la N-IV en pleno descenso sentido Andalucía de la temible y mítica Cuesta de la Reina anteriormente comentada, en donde tantos vehículos pesados de antaño tenían dificultades para salvar el pronunciado y largo ascenso en sentido Madrid.



Y con este fotograma concluimos el reportaje. Sancho Gracia recupera su camión, por supuesto, pero esto es lo de menos. A decir verdad, casi todo lo que no sean escenas de carretera y vehículos en la serie Los camioneros, me parece superfluo. Pero sólo por ello merece la pena ver y recrearse en todos sus episodios una y cien veces: constituyen un excepcional y exhaustivo documento de la historia de la automoción española clásica de hace medio siglo.






 


viernes, 1 de mayo de 2015

EL HITO DEL KM.297 EN EL ANTIGUO PUERTO DE BUÑOL





Un interesante tramo de la N-III en desuso que redescubrí en solitario el pasado 27 de Abril de 2015 y por el que ya había transitado en compañía, aunque sin detenernos ni prestarle la debida atención, en Septiembre de 2013 como parte improvisada y accidental del recorrido de la I RUTA N-III HISTÓRICA realizada en moto.  Se trata del comienzo del célebre puerto de Buñol en sentido Valencia, a la altura de Siete Aguas, y que presenta unas singulares características que evidencian múltiples transformaciones en el trazado de la primitiva N-III en este punto a lo largo de los últimos años hasta culminar con la construcción de la autovía, lo que supuso su abandono definitivo pero no la interrupción completa de su recorrido parcial, que adopta ahora una extraña, inquietante y caprichosa continuidad no siempre transitable para todo tipo de vehículos.




Sirvan estas observaciones sólo como un adelanto de nuestros trabajos venideros, porque  en esta nueva entrega del blog no nos vamos a ocupar del tramo en sí, sino sólo del hito del km. 297 que todavía se conserva en muy buen estado al comienzo del mismo. En posteriores entregas nos dedicaremos con todo detalle a recorrer dicho tramo, que ilustraremos convenientemente con los videos que hemos grabado al efecto y con algunas oportunas capturas de Google Maps.





Este hito del km. 297 de la N-III recién descubierto (a la espera de encontrar algunos más, si existieran) viene a incrementar nuestra recopilación de hitos del Plan Peña supervivientes en el antiguo puerto de Buñol, de los que tenemos al menos documentados en nuestra 8ª y última edición el 300, 303 y 310, a falta de una próxima actualización de los datos disponibles. Y como puede observarse en las imágenes adjuntas, el 297 pervive todavía solitario, majestuoso e imponente en tierra de nadie, a mitad de camino entre la autovía y la primitiva N-III en este tramo accesible pero carente de tránsito, lo que nos permite augurarle todavía larga vida quizá exenta de vandalismos y destrucciones indeseables. La pintura y el trazo de los caracteres se ha ido degradando a semejanza de los demás vecinos que aún sobreviven, y sólo conserva legible el punto kilométrico en una de sus caras con la tipografía típica de la zona, que además parece haber sido rectificado en alguna ocasión como consecuencia de las innumerables variaciones históricas del trazado de la carretera. Pero en cualquier caso se trata de un hallazgo inesperado y grato del que, personalmente, me siento muy satisfecho, ya que supone un nuevo acicate para continuar con mi búsqueda de vestigios pasados de la N-III, la mayoría de las veces, como en esta, en solitario y en difíciles circunstancias, lo que otorga a mis exploraciones el valor añadido de la voluntad, la perseverancia y el esfuerzo recompensados por el éxito.