Un reportaje de Route 1963
Esplendor, decadencia, cierre, abandono y ruina, podríamos titular completa y muy descriptivamente esta nueva entrada del blog, pero seré más sintético de inicio. De todos modos las fotografías —casuales y azarosas— realizadas en una parada de un viaje relámpago a Levante el pasado 10 de abril, son lo suficientemente descriptivas. La decadencia, el abandono y la ruina que reflejan estas imágenes tomadas con escaso entusiasmo necesitan poco de las palabras para ser comprendidas. El tema no es nuevo, sino más bien recurrente en nuestro eterno deambular por el trazado de la antigua N-III.
Y a propósito de esto, comentar que algunos lectores y seguidores nos han reprochado la utilización sistemática y deliberada del término antigua N-III, que ha de considerarse incorrecto. Y tienen razón, porque no existe una N-III moderna (excluida la autovía A-3, que es otro tipo de carretera muy diferente), y por lo tanto la N-III no es ni antigua ni moderna, simplemente es, sigue existiendo y sigue siendo usada, acaso por los vecinos de los pueblos por los que sigue transitando su trazado original. En nuestra defensa solo podemos alegar que la denominamos antigua porque ciertamente lo es. Su proyecto, diseño y trazado más o menos actual se remonta por lo menos a mediados del siglo XIX, cuando no existían todavía los vehículos de tracción mecánica. Pero de aquí en adelante, en la medida de lo posible y si no nos traiciona el subconsciente, intentaremos utilizar la expresión histórica N-III, en vez de antigua N-III.
Y decía que el tema no es nuevo, sino más bien recurrente en este blog. Lo hemos abordado muchas veces, por lo que para no hacer reiterativo este preámbulo me remitiré a los propios trabajos al respecto que hemos publicado por aquí a lo largo de varios años. Estos son algunos de ellos:
HOTEL CLARIDGE DE ALARCÓN: Esplendor y decadencia
ANTIGUAS FONDAS, BARES DE CARRETERA Y HOSTALES EN LA N-III
CORTOMETRAJE «NORMA»
ANTIGUAS FONDAS, BARES DE CARRETERA Y HOSTALES EN LA N-III
CORTOMETRAJE «NORMA»
Sobrecillo de azúcar con el nombre del establecimiento
Por otra parte resulta curioso, pero al mismo tiempo desalentador, comprobar que habitualmente no existe en internet información alguna acerca de los establecimientos abandonados en la histórica N-III que no haya sido aportada desde este blog. O, dicho de otro modo, cualquier búsqueda al respecto remite siempre a las entradas de nuestro blog, sin que sea posible, por lo tanto, ampliar nuestras investigaciones basándonos en informaciones existentes en la red. Somos creadores casi únicos y exclusivos de los contenidos relacionados con esta materia. Por eso, muchas veces, todo lo más que podemos hacer es acercarnos con alguna periodicidad hasta esos vetustos hostales, bares y restaurantes de carretera para comprobar y certificar gráficamente que el abandono y la ruina continúan imparables y que nunca más volverán a abrir sus puertas al público. Es más, ni siquiera volverán a abrirlas para dedicarse a otras actividades alternativas a la hostelería. Tampoco tendrían futuro. El tiempo de cualquier negocio dependiente de la carretera ya pasó. La carretera ya no da de comer.
Con el desdoblamiento completo de la N-III en la autovía A-3, hace ya casi dos décadas, la inmensa mayoría de los negocios asociados a la carretera en las localidades de su entorno fueron condenados a la quiebra. Hoteles, hostales, fondas, restaurantes, bares, talleres y gasolineras que habían nacido al calor del desarrollismo español de los años sesenta, y que habían prosperado en los siguientes decenios atendiendo la elevada demanda comercial del tránsito rodado por la N-III, vieron como a finales del siglo XX la prosperidad llegaba a su fin. Su suerte estaba estrechamente ligada al destino de la carretera, y este no era otro que ser desdoblada en la moderna autovía A-3, que evitaba el paso por las poblaciones. Cuando los camiones, autobuses y turismos dejaron de circular masivamente por la histórica N-III, ya no había comidas, bocadillos ni cafés que servir a los viajeros, ni combustible que suministrar a sus vehículos. Los buenos tiempos habían terminado para siempre. Uno tras otro, todos estos negocios fueron echando el cierre y los edificios que ocupaban quedaron en irreversible estado de abandono.
Nunca volverá a abrir sus puertas. Aquí ya no hay ningún futuro
El bar restaurante «Córdoba», de Minglanilla, fue de los últimos en cerrar. Contra todo pronóstico se mantuvo en servicio ya avanzados unos pocos años de este siglo. Lo visité por última vez en octubre de 2006, y esta fue la única ocasión en la que llegué a comer en él. Un menú casero y barato de escasa calidad en su pequeño y ruidoso comedor todavía atestado de viajeros. Su decadencia ya era una realidad (mesas, manteles, vasos y cubertería acusaban el paso del tiempo) y el estado de las instalaciones evidenciaba una falta de inversión y de mantenimiento notables. Francamente, no fue una buena idea parar a comer en este sitio. En cambio, los recuerdos pasados que yo tenía del establecimiento eran más agradables. Aquellos gigantescos bocadillos de pan tierno y crujiente generosamente surtidos de jamón serrano, queso manchego, chorizo o tortilla española. Años setenta, ochenta, e incluso noventa. La reducida barra del bar siempre estaba repleta de viajeros hambrientos de camino o de vuelta de la costa mediterránea. En la diminuta cocina de la trastienda las cocineras no daban abasto preparando bocadillos, raciones y frituras. En el mostrador los camareros se multiplicaban despachando cervezas, cafés, refrescos y aperitivos. Afuera, en el aparcamiento reservado para los clientes del bar («Aparcadero», es el exótico vocablo que aún puede leerse semiborrado en la pared), el trasiego de automóviles que iban y venían era interminable, y se disputaban el escaso estacionamiento disponible.
Hoy, todo lo que queda del Córdoba es lo que puede verse en las imágenes: abandono, deterioro y óxido. Y los establecimientos adyacentes, como la tienda de navajas y cuchillos y el Hostal Restaurante Miralles no han escapado a esta suerte. En cambio, la gasolinera cercana sobrevive y parece que no ha de temer al futuro. En su situación estratégica junto al casco urbano en una zona en donde ya no abundan este tipo de servicios puede encontrarse la razón de esta supervivencia.
Esta tienda de navajas y cuchillos también echó el cierre hace tiempo
El Hostal Restaurante Miralles languidece igualmente
Cientos de miles de viajeros traspasaron estas puertas alguna vez
La gasolinera todavía sobrevive y no parece amenazada de cierre en el futuro
Con la pérdida de estos tradicionales establecimientos de carretera se pierden mucho más que unos simples negocios locales. Se extinguen, además, unos vocablos de dudosa aceptación (aparcadero), una arquitectura elemental y rústica, un estilo y una idiosincrasia netamente castizas. Esos rótulos en paredes y fachadas, de extravagantes pero llamativas tipografías polícromas, resultan ya irrepetibles y de alguna manera responden a una involuntaria corriente artística popular que nunca llegará a ser reconocida como tal, a pesar de su homogeneidad y de sus elementos comunes compartidos en muchos lugares del país. Una caligrafía mural carpetovetónica, cañí, provinciana, hortera, paleta, si se prefiere, y sin ánimo de ofender, que debería ser preservada, restaurada y exhibida en algún museo de arte contemporáneo. Pero no solo eso. Con la paulatina extinción de estos hoteles y bares de carretera, es una cultura, una historia y una filosofía clásica de los viajes la que desaparece. Unas señas de identidad exclusivas, únicas y genuinas de las antiguas -o vamos a decir históricas- carreteras nacionales españolas. A cambio, el progreso nos ha traido hace tiempo las modernas autovías y autopistas, con sus asépticas y luminosas áreas de servicio, frías, desangeladas, impersonales, en las que se sirve una comida prefabricada, industrial e insípida, en la mayoría de los casos. Pero los puristas, los clásicos y los nostálgicos seguimos prefiriendo aquellos descomunales y españolísimos bocadillos de pan tierno y crujiente de bares cutres de carretera como el Córdoba de Minglanilla. Mi favorito, de este, y de otros establecimientos de cualquier ruta de antaño: bacon (o panceta) con pimientos, bien lubricados de grasa y aceite. Aquello era vida y el presente solo va teniendo un pasar.
Una caligrafía mural que debería exhibirse en algún museo de arte contemporáneo
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