domingo, 11 de diciembre de 2016

AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO. (1 de agosto de 1936). 18ª Entrega




Un relato de Route 1963



En las carteras de la moto tampoco estaba la pistola, y si estaba, aquel hombre no la vio o no quiso verla, porque apenas si les echó un vistazo apresurado, le devolvió la documentación a mi hermano y dijo sin mirarnos:

Pueden marcharse. ¡Vamos, circulen!

Nos subimos en la inglesita y arrancamos. A mí se me escapó un profundo suspiro de alivio. Mi hermano volvió la cabeza para explicarme:

La policía secreta no se mete con los anarquistas. Órdenes del Gobierno. Y no vamos a ser tan ingenuos como para creer que ese tipo no se ha dado cuenta de que todos nuestros papeles eran falsos. Naturalmente ha hecho la vista gorda.

Ahora comprendo, pero... ¿qué ha sido de la pistola? No me digas que la dejaste en la Dehesa de la Villa.

La curiosidad mató al gato —respondió Juan, y me pareció que sonreía—. No te preocupes, la pistola y las municiones vienen con nosotros, en un lugar seguro. Lo único que dejé en el bosque fueron los listados malditos: los quemé mientras dormías.

Bueno, tú sabrás. No quiero ser indiscreto.

Más te vale. Por cierto, que sepas que en cuanto veamos una estación de servicio tendremos que llenar el bidón, vete haciéndote a la idea.

Ya me hago —le dije, y sólo de pensarlo me empezaron a doler los riñones—, pero recuerda que me prometiste que nos turnaríamos y me dejarías conducir.

Conducir, conducir... —silabeó mi hermano—, pero habrá que encontrar el momento, y no creo que estén ahora las cosas como para perder el tiempo enseñándote a conducir y que por menos de nada tengamos una desgracia. Casi prefiero llevar yo la mochila todo el tiempo antes que correr ese riesgo.

domingo, 4 de diciembre de 2016

AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO. (1 de agosto de 1936). 17ª Entrega




Un relato de Route 1963



Se mirase por donde se mirase, esta vez sí que no teníamos escapatoria alguna. En las ocasiones anteriores en las que nos habíamos visto acorralados, en el último instante siempre habíamos encontrado una vía de escape providencial, ya fuesen los largos corredores de la pensión de la señora Engracia, una boca de Metro abierta, las estrechas callejuelas del barrio de Tetuán o un camino oscuro y solitario a través de los bosques de la Dehesa de la Villa. En cambio ahora, de viaje precipitado por la carretera general y a las puertas de Arganda, cualquier otra cosa que hiciésemos que no fuera detenernos ante los gestos imperativos de aquellos hombres en mangas de camisa que parecían desarmados —pero que sólo lo parecían, y no por ello resultaban menos intimidantes, más bien al contrario— seguramente nos habría costado la vida. Incluso lo más probable, y esto era lo peor de todo, es que tampoco el hecho de detenernos de inmediato pudiera salvarnos de una muerte cierta si tales individuos, quienesquiera que fuesen, nos estaban esperando.

Y sin embargo, a pesar del terror que había vuelto a apoderarse de mí y de la propia impotencia que sentía al no poder tomar ninguna decisión, agarrotado como iba en el asiento trasero de la moto, de repente me acordé de la pistola y pensé que sólo un arma podría sacarnos con bien de allí si tomábamos la opción de defendernos, de abrirnos paso a tiros, de morir matando si de todos modos ya estábamos sentenciados a muerte hiciésemos lo que hiciésemos. Ni siquiera podía saber si aquella pistola Astra 400 que sólo la casualidad había puesto en nuestras manos se encontraba ahora en una de las carteras laterales de cuero de la Brough Superior o acaso por ventura la llevaba mi hermano en alguno de los bolsillos de sus pantalones, y menos aún podía imaginar en este caso si Juan estaría o no dispuesto a utilizarla contra alguien, y con qué grado de eficiencia, incertidumbre que me hacía sentir todavía más impotente e indefenso. Traté de hablarle, de comunicarle mis temores, de transmitirle la necesidad de defendernos, pero él, ocupado como estaba en aminorar la velocidad de la inglesita, bajar marchas y frenar delante de aquellos hombres que se interponían en nuestro camino, no pudo o no quiso escucharme. Un aluvión de gritos, de voces, de órdenes atropelladas se nos vino encima premiosamente cuando apenas si acabábamos de detenernos:

¡Abajo, policía, vamos, abajo, apaguen el motor y apéense, andando, vamos, con los brazos en alto, andando, no vuelvan la cabeza, los brazos bien altos y en silencio, venga, contra aquella tapia, deprisa, no hagan ningún movimiento extraño, por su bien hagan lo que se les dice, caminen, caminen...!

viernes, 25 de noviembre de 2016

AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO. (1 de agosto de 1936). 16ª Entrega




Un relato de Route 1963



Con las primeras luces de la mañana del 1 de agosto de 1936 empezamos a rodar por aquella estrecha carretera de dos carriles, con firme de macadán, que llevaba hasta la costa levantina. El sistema de pavimentación conocido como “macadán” se había empezado a emplear en las principales carreteras españolas en los años 20 en sustitución de las viejas calzadas de piedra o tierra, dentro del denominado Circuito Nacional de Firmes Especiales impulsado por los gobiernos del general Primo de Rivera. Con todo y con eso, las calzadas de macadán no eran sino pistas de un adoquinado irregular que maltrataba sin misericordia los neumáticos y las suspensiones de los vehículos de la época, todavía encomendadas en su mayoría a rudimentarias ballestas en lugar de los modernos amortiguadores de muelles o aceite. En comparación con sistemas anteriores de pavimentación, no mucho mejores que los empleados por los romanos en sus célebres calzadas, y a menudo incluso mucho peores a pesar de la evolución de los materiales de construcción de obras públicas, el macadán por lo menos garantizaba una mayor solidez y estabilidad del terreno y un drenaje más eficaz de la calzada, razón técnica por la cual las carreteras presentaban ese característico abombamiento convexo de su superficie, con el eje central ligeramente sobreelevado sobre las cunetas para facilitar la evacuación del agua. Semejante diseño del firme obligaba, al menos en teoría, a circular a todos los vehículos por un plano inclinado, por imperceptible que fuese el ángulo de inclinación, lo que en el caso de las motocicletas comprometía seriamente la adherencia de los neumáticos, duros como piedras y sin apenas dibujo digno de tal nombre. En aquellos tiempos, no obstante, dado el escaso tránsito de vehículos por las carreteras, nadie circulaba llevando su mano, como se decía, esto es, por la derecha, sino que la costumbre era hacerlo por el centro de la calzada, carente de señalización horizontal que delimitase ambos carriles, y sólo cuando aparecía un vehículo en sentido contrario cada uno volvía a su mano, forma esta de conducir que provocaba no pocas colisiones frontales y salidas de la vía, con sus correspondientes víctimas, sobre todo en curvas sin visibilidad y en cambios de rasante.

Las carreteras españolas de los años treinta eran incómodas y peligrosas en grado sumo, pero no lo eran menos los vehículos que transitaban por ellas, mal cuidados, inestables, escasos de frenos, deficientes de neumáticos y tan propensos a sobrecalentamientos y gripajes del motor así como a cualquier otra avería menor que pudiera dejarlos tirados en las cunetas. Muchos camiones y autobuses, que no eran sino verdaderas tartanas de lata rodante, llevaban el volante a la derecha y a lo sumo un pequeño espejo retrovisor redondo cuya función resultaba meramente testimonial, porque en aquella época, y hasta dos décadas después, se consideraba que los vehículos pesados no debían adelantar a otros vehículos. Nuestra Brough Superior SS100 Alpine Grand Sport era, a decir de mi hermano, un prodigio de la técnica, una máquina impar adelantada a su tiempo, la mejor moto de la Historia, y puede que lo fuese en verdad en las plácidas carreteras húmedas de la campiña inglesa en donde había sido fabricada, pero en cambio rodando ahora por el abrupto macadán de las carreteras de la España agraria y menesterosa a mí no me parecía otra cosa que un trasto quejumbroso y rudo, a imagen y semejanza de los demás cacharros de dos, cuatro o más ruedas que transitaban penosamente por el país. Si mi hermano Juan estuviese vivo todavía y pudiese leer mi relato de aquel viaje temerario que hicimos hace setenta años, no dudaría en reprenderme y en afear mi supina ignorancia acerca de las excelsas virtudes de la inglesita, a fin de cuentas la moto que nos había permitido escapar de aquel Madrid violento y salvar la vida, y acaso tendría razón, porque el paso del tiempo altera a veces la perspectiva de las cosas y a la vuelta de los años uno las recuerda peores de lo que fueron en realidad (o mejores, aunque distintas, en cualquier caso), pero aún así mi memoria se resiste a traicionar mis sensaciones de antaño, y lo que sentí entonces es lo que sigo sintiendo hoy, y lo que pensé ese día es lo mismo que sigo pensando ahora, y es como si todavía no me hubiera bajado de aquella moto maldita de la que parecía que íbamos a caernos en cualquier momento según corríamos a trompicones por la bacheada carretera de Valencia, porque el firme de macadán hacía imposible mantener la línea recta y mi hermano conducía a cien kilómetros por hora sobre los adoquines, una velocidad considerable para la época, dando tumbos de un lado a otro de la calzada, iba y venía del resbaladizo eje central, que estaba sucio por el aceite que derramaban los camiones, al carril derecho, tan peligroso e inestable que nuestro precario equilibrio se veía constantemente amenazado, y en apenas una docena de kilómetros sentía tanto miedo y tenía el cuerpo tan molido que ya estaba deseando bajarme.

sábado, 19 de noviembre de 2016

AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO. (1 de agosto de 1936). 15ª Entrega




NOTA DEL AUTOR:

Las entregas 1 a 14 de este relato de ficción han sido publicadas en el blog EN LA CARRETERA Classic, del mismo autor del presente blog. En ellas, se narra la odisea de dos hermanos que tratan de huir de Madrid en una motocicleta robada durante los primeros días de la guerra civil española. Su objetivo es llegar a Valencia para ponerse a salvo de toda persecución política, y después de varias vicisitudes y peripecias en la capital de España, finalmente consiguen iniciar su viaje hacia la ciudad levantina a través de la carretera que unía (y une) ambas ciudades, entonces denominada como carretera radial de primer orden de Madrid a Castellón por Valencia. Como el objeto de este blog es precisamente esa carretera, independientemente de las diversas denominaciones que ha recibido a lo largo de su historia, las siguientes entregas del relato hasta el final del mismo (aunque está inacabado y no es seguro ahora que vaya a dejar de estarlo) serán publicadas aquí semanalmente, manteniendo en todo momento para su lectura un enlace permanente y actualizado con la totalidad del relato ya publicado en las diferentes entregas anteriores, igualmente disponibles en el blog EN LA CARRETERA Classic.





Un relato de Route 1963



Debían de ser las cinco y media o las seis de la mañana cuando realmente comenzó nuestro viaje. En honor a la verdad hay que decir que en aquellos años viajar en moto, con independencia de las circunstancias sociales adversas, era una temeridad que muy pocos estaban dispuestos a llevar a cabo. Ya sólo el hecho de ir en mangas de camisa, con unas gorras de pana en la cabeza y calzados con endebles alpargatas de esparto suponía un verdadero desafío a las más elementales normas de seguridad. Los cascos protectores únicamente los llevaban los soldados en los frentes de batalla, nunca los motoristas civiles, y el contar con la mínima protección de unas gafas de plástico engarzadas en una cinta elástica, como era el caso de mi hermano, ya podía considerarse todo un lujo para la época. Y luego estaban las infames carreteras españolas, proyectadas en el siglo XIX para el tránsito de carros y diligencias, no para los vehículos a motor, de tal suerte que su diseño resultaba con frecuencia más impracticable que peligroso, con curvas imposibles de trazar, rampas y pendientes vertiginosas, profundas roderas y baches en los que podía hundirse un automóvil hasta los ejes y pasos tan estrechos que dificultaban el cruce de dos vehículos al tiempo. Vivíamos en el año 1936, pero nada nos hubiera impedido pensar que lo hacíamos un siglo antes. España era un país pobre y atrasado, probablemente tanto como lo había sido ya en tiempos de Don Quijote, y buena parte de sus carreteras no habían recibido la más mínima atención desde que fueron construidas. Y desde luego no existían otras señales de tráfico ni elementos de orientación que no fueran los escasos hitos kilométricos y los carteles indicadores de las localidades, porque todas las carreteras atravesaban uno por uno cuantos pueblos iban encontrando en su trayecto, lo que hacía peligrosos e interminables los viajes. Como ya he dicho antes, se sabía cuándo se salía, no cuándo se llegaba.

sábado, 12 de noviembre de 2016

N-III: LA RUTA 66 MANCHEGA. Programa Variotinto de TV Castilla-La Mancha



Un reportaje de Route 1963


   Me encontraba este verano temporalmente saturado de viajes por la antigua carretera de Madrid a Valencia, cuando el 11 de octubre surgió un nuevo motivo inexcusable para volver a ella: en la  Radio Televisión de Castilla La Mancha (RTVCM) alguien había descubierto este blog y estaban muy interesados en grabar un programa dedicado a la N-III en su recorrido manchego. El propio blog les marcaba un certero esquema del guión televisivo con sus correspondientes escalas: Tarancón, la gasolinera espiritual de Tribaldos, la cruz de Nino Bravo en Villarrubio, La Almarcha, el hotel Claridge abandonado en Alarcón, el pueblo sumergido de Gascas, la Venta de Contreras... 

   Pero la esencia de una antigua carretera hay que buscarla,  sobre todo,  en las gentes que habitan en ella y en las gentes que la recorren, aunque en la añeja N-III cada vez vayamos quedando menos de los unos y de los otros. Un abigarrado paisanaje de legendarios hosteleros, recios curas rurales, románticos viticultores y artesanos reposteros, nostálgicos coleccionistas de coches clásicos, melancólicos vecinos apátridas de pueblos sumergidos, errantes moteros ávidos de aventuras y de distancias... Estos últimos éramos nosotros, llegados a La Almarcha desde Madrid y Valencia por carreteras intransitadas de la geografía provincial, con la mirada nublada de paisajes y envueltos en un halo de sol y de viento.  




    No era la primera vez que alguien descubría este blog y solicitaba ayuda o asesoramiento para un proyecto audiovisual relacionado directa o indirectamente con la N-III.  Hace un par de años colaboré estrechamente en la localización de exteriores para el rodaje de un cortometraje de ficción titulado Norma, estrenado en cines varios meses después. La historia narrada no tenía relación implícita con esta carretera (hubiera podido servir cualquier otra), pero los cineastas buscaban un hostal de carretera típico de los años 70 en el entorno de la antigua ruta de Madrid a Valencia. Y hay muchos, abandonados o no, pero después de mostrarles sobre el mapa varios establecimientos que podían ajustarse a sus necesidades del rodaje,  se decantaron por el Hostal San Bartolomé (cerrado hace años y que solo se abrió para dicho rodaje), precisamente en La Almarcha, y a escasa distancia del Mesón San Cristóbal, en donde habíamos sido convocados para el programa de la Televisión castellano manchega. 

miércoles, 19 de octubre de 2016

HOTEL CLARIDGE DE ALARCÓN. Esplendor y decadencia.





Un reportaje de Route 1963


Un clásico y todo un icono arquitectónico de la N-III, el hotel Claridge de Alarcón fue inaugurado en 1969 y cerrado apenas treinta años después, cuando la carretera se vio abocada a la decadencia más absoluta como consecuencia de la puesta en servicio del tramo de la autovía A-3 entre Honrubia y Motilla del Palancar. Situado en el km.184´6, junto al embalse de Alarcón y a medio camino entre Madrid y Valencia, se alza sobre una superficie total de 122.000 metros cuadrados de parcela, con 6.000 metros cuadrados construidos en cuatro plantas, siendo considerado por sus peculiares características como un edificio emblemático de Castilla La Mancha. En palabras de algunos expertos en la materia, se trata de un interesantísimo ejemplo de arquitectura de los años sesenta, en la que repetición y modularidad buscaban, en aparente paradoja, resultados siempre singulares. La identificación entre forma, función y estructura, la utilización de módulos seriados, la fluidez y continuidad de los paramentos curvos y la construcción con hormigón visto evidencian que el asentamiento de la modernidad en España asimiló simultáneamente la arquitectura orgánica, el estilo internacional y la influencia brutalista del último Le Corbusier.




No obstante, para otros arquitectos más puristas y contemporáneos, este edificio constituye toda una aberración estistica en el entorno rural en el que fue construido, y para muchos profanos resulta una construcción chocante, estrambótica y completamente postiza en medio del paisaje cotidiano de la carretera. Lo visité decenas de veces mientras estuvo en servicio y he de admitir que me parece una construcción original y atractiva, pero siempre le he encontrado más similitudes morfológicas con un búnker o una instalación militar que con un establecimiento de hostelería. Y no por casualidad, en 2014 se rodó allí una película bélica en la que el hotel Claridge simulaba ser un edificio de la ONU en alguna zona de conflicto, con carros de combate y otros vehículos blindados aparcados en su explanada.





lunes, 26 de septiembre de 2016

II RUTA MOTORISTA N-III HISTÓRICA 2016. ASÍ LO HICIMOS.



Un reportaje de Route 1963

Fotografías de Bea Sacristán, Jesús Moreno, José Manuel González, Julián García y Route 1963


     Sorprendentemente, algunos acontecimientos parecen predestinados al éxito más clamoroso desde el principio de su gestación, y este ha sido uno de ellos. Una gestación, por cierto, que se inició ocho meses antes, en las primeras horas de la madrugada del 1 de enero de 2016, cuando todavía bajo los pesados efectos de la copiosa cena de nochevieja, me senté ante el ordenador y me dije: Voy a organizar algo grande para este año recién estrenado. Y qué mejor que la II edición de la Ruta Motorista N-III Histórica, porque la primera fue muy meritoria, pero esta vez tiene que ser algo espectacular y apasionante para propios y extraños. Un reto, un desafío, un despropósito, incluso. Un ambicioso evento colectivo que, después de celebrarse, pueda permanecer en la memoria de sus participantes durante mucho tiempo.



      La I Edición había tenido lugar casi tres años antes, en septiembre de 2013, con solo tres participantes y escasas perspectivas de repetirse en el futuro, no porque no hubiera sido interesante y divertida, que lo fue, sino porque sus preparativos fueron muy rudimentarios, se dejó casi todo a la improvisación y no alcanzó mayor categoría que la de una excursión privada de tres amigos motoristas. Para colmo, estuvo a punto de no celebrarse, pues a última hora surgieron demasiados contratiempos que casi aconsejaron suspenderla. Se llevó a cabo, contra viento y marea, y sin saberlo entonces ya quedó sentado un precedente para el futuro, cuando fuera posible organizar sucesivas ediciones mejoradas partiendo de la experiencia previa de la primera.


 Con las ideas muy claras me puse manos a la obra en la primera madrugada del año. Partía de unas pocas premisas innegociables: un máximo de diez motos y veinte personas, comienzo en Madrid y conclusión en Valencia, y una fecha de realización a considerar entre finales de la primavera o finales del verano, cuando los días son más largos y menos calurosos, aunque en este caso, la jornada del 3 de septiembre establecida oficialmente unas semanas después habría de resultar una de las más sofocantes de las que se tiene constancia desde que existen registros históricos de las temperaturas, algo imposible de prever con ocho meses de antelación. 





Tenía que darle la oportuna difusión pública a esta II Edición de la Ruta a través de los sitios web de los que dispongo, la página de Facebook EN LA CARRETERA, la cuenta de Twitter, el blog y el canal de Youtube homónimos, y el blog N-III UNA RUTA HISTÓRICA, fundamentalmente. Esto suponía llegar desde un principio a decenas de miles de personas diariamente, y correr el riesgo de que al menos centenares de ellas estuvieran interesadas en participar en el evento, algo completamente imposible de gestionar, no solo en la Ruta en sí, sino tampoco en los preparativos. No contento con esto, y en un exceso de ambición, decidí crear también un foro público exclusivo desde donde empezar a establecer y debatir todos aquellos aspectos importantes de la organización, pero esta plataforma se demostró enseguida poco adecuada para estos propósitos, de modo que fue cancelada, y en su lugar abrí una nueva página de Facebook, todavía operativa, con el nombre del evento. Tampoco puede decirse que dicha página de Facebook cumpliera perfectamente con las expectativas para las que fue creada, porque muchas personas no entran en esta plataforma social aún disponiendo de perfiles personales en ella. Sin embargo, si existe un medio de comunicación rápido, fiable y popular, este es Whatsapp y sus correspondientes grupos de chat, de modo que el recurso idóneo pasaba por crear uno, y así lo hice algunos meses después, cuando las personas verdaderamente interesadas en participar en la Ruta empezaban a definirse con claridad. Con la creación de este grupo de Whatsapp los preparativos alcanzaron su máximo desarrollo y la comunicación e interacción entre los futuros participantes empezaron a resultar óptimas, algo que no se había conseguido con los diferentes procedimientos empleados con anterioridad.

viernes, 5 de agosto de 2016

EL TRAMO ABANDONADO DE LA CUESTA DE LA MARQUESA





La historia de una nación también se encuentra presente en el asfalto de sus carreteras abandonadas. En los caminos que fueron, y dejaron de ser. Aunque es una historia que casi nunca será contada, porque apenas si quedan testimonios.

Nadie ha vuelto a transitar por aquí desde hace muchos años. En menos de un siglo no quedará el menor rastro del lugar. Pero el viejo tramo de carretera todavía sobrevive, y aguarda para ser recorrido de nuevo.

Con sus 900 metros de longitud, este es uno de los tramos abandonados más largos que se conservan en la primitiva carretera de Madrid a Valencia. Se encuentra en las proximidades de un paraje agreste y casi inaccesible conocido como La Cuesta de la Marquesa.

Fue cerrado al tráfico a finales de los años cincuenta o principios de los sesenta del pasado siglo.

No hay constancia de que desde entonces hasta hoy alguien lo hubiera recorrido con un vehículo y fotografiado o grabado en video. 


jueves, 23 de junio de 2016

VISITAMOS UN TERRITORIO INHÓSPITO


  
Hito a escala 1:10. Junio 2016


 (Publicado originalmente en el blog EN LA CARRETERA el 2 de abril de 2012)
Un reportaje de Route1963

A medida que vamos avanzando en las tareas de recopilación de material gráfico para el documental sobre la antigua N-III, vamos teniendo la sensación creciente de que a cada cosa descubierta le siguen aún más cosas nuevas por descubrir. Y el problema es que las vamos descubriendo, casi siempre después de un estudio minucioso de la cartografía existente de los siglos XIX y XX y de los recursos interactivos y digitales del XXI disponibles en la red, Google Earth, por ejemplo, la mejor herramienta posible para hacer este trabajo de descubrimiento y localización geográficos. Y digo problema, porque con cada nuevo descubrimiento hecho sobre el mapa o revelado por voluntariosos colaboradores desconocidos a través de internet, nos vemos obligados a salir a la carretera a visitar los lugares descubiertos y a dejar constancia visual de ellos a través del video y de las fotografías. Esto tiene la ventaja de que aporta diversidad y exhaustividad al proyecto, y el inconveniente de que lo dispersa y demora su finalización. Pero no sólo eso. También puede suceder que alguno de esos lugares sea de difícil o de casi imposible acceso, lo que los convierte en territorios peligrosos e inhóspitos. A la hora de contar la historia de lo que fue y de lo que existe todavía de la primitiva nacional III, probablemente no sería estrictamente necesario adentrarse en esos terrenos complicados para cumplir con los objetivos informativos y divulgativos del documental, ya sobradamente representados con otros lugares más conocidos, accesibles y en algunos casos aún transitables y transitados. Sin embargo, la intención de reflejar estos lugares o parajes a veces tan insólitos como exóticos viene a formar parte importante de la razón de ser de este proyecto desde un punto de vista estético y sentimental, si se le puede denominar así. Y es que una antigua carretera en decadencia o en franco desuso termina por convertirse en algo más, en mucho más, que en una simple carretera vieja condenada al olvido. Termina por convertirse, nada más y nada menos, en un símbolo vivo y representativo de los diversos matices del pasado reciente de un país, es decir, de su historia contemporánea. Siempre y cuando haya alguien dispuesto a constatarlo, por supuesto. Y es eso precisamente lo que estamos tratando de hacer nosotros.

      
      El pasado 29 de marzo visitamos por fin uno de esos tramos abandonados de la N-III a los que yo tenía echado el ojo desde hacía tiempo (anteriormente hemos visitado otros de los que ya hemos dejado sobrada constancia). No daré su ubicación ni referencia alguna explícita sobre el mismo, para evitar la tentación de que mucha gente pueda acercarse hasta él y alterar un entorno natural e histórico que debe conservarse como hasta ahora y seguir su proceso natural de degradación sin interferencias humanas. Además, su acceso es algo complicado y peligroso, con lo cual evitamos de paso que alguien se arriesgue innecesariamente. Aquellos curiosos y muy interesados que deseen encontrarlo sabrán como hacerlo después de leer y ver las fotografías de este reportaje. Este es un trabajo pionero que tenemos que llevar a cabo sólo los buscadores de carreteras abandonadas. Unicamente diré que el tramo en cuestión tiene unos 700 metros de longitud, y aunque nace y muere en ella, apenas es visible desde la autovía.


     Para la ocasión, conté esta vez con la compañía de mi amigo Gustavo, que no había participado aún en este proyecto, y su colaboración fue fundamental y decisiva cuando las cosas se pusieron complicadas. Con un calor abrasador y excesivo para los primeros días de la primavera, nos pusimos en marcha a bordo de nuestras motos, que tal y como yo me temía, no eran las máquinas más idóneas para transitar por los caminos y trochas agrestes que llevaban hasta el tramo abandonado. Mis peores presagios, además, se cumplieron, y mientras recorríamos un camino alternativo de regreso con la esperanza de que fuese más transitable que el de la ida, sufrí una leve caída con la moto, afortunadamente sin consecuencias. Tuvimos que dar la vuelta y retomar el camino original con grandes dificultades a través de un terreno escarpado lleno de roderas, arena y rocas sueltas, lo que nos llevó mucho tiempo y no pocos sudores. Pero nuestros esfuerzos y los riesgos afrontados merecieron sobradamente la pena una vez conseguido el material que necesitábamos.