Un reportaje de Route 1963
En
las últimas décadas del siglo XIX haría su aparición en el mundo un novedoso
medio de transporte que empleaba la energía humana para impulsarse: la
bicicleta. Un invento, entonces vanguardista, que venía gestándose ya desde
comienzos de ese siglo y finales del anterior, a partir de la evolución de los
aparatosos e impracticables artefactos de dos ruedas denominados velocípedos.
La bicicleta convencional, tal y como hoy la conocemos, fue en sus orígenes un
vehículo revolucionario por cuanto que se trataba del primer ingenio mecánico
terrestre -excluído el ferrocarril, inventado unos años antes- que no empleaba
la tracción de animales cuadrúpedos para su locomoción. En cambio, empleaba la
tracción de un animal bípedo como el hombre, que canalizada a través de los
mecanismos adecuados se transformaba en movimiento rápido y eficiente.
Pero
más allá de sus indudables cualidades recreativas y funcionales como vehículo
de transporte individual, la bicicleta recibió muy pronto todas las bendiciones
de muchos médicos, fisiólogos e higienistas de la época, que ya estaban al
tanto de los saludables beneficios que procuraban en el organismo humano la
práctica regular del ejercicio físico y el deporte. Y precisamente como instrumento
deportivo la bicicleta estaba llamada al éxito desde sus más tempranos orígenes,
un éxito que ha llegado hasta nuestros días, siendo el ciclismo uno de los
deportes con más aficionados y practicantes en la actualidad. Sería a finales
del siglo XIX cuando se fundarían los primeros clubs ciclistas en los países
desarrollados y cuando empezarían a organizarse las primeras carreras de
bicicletas.